domingo, 7 de noviembre de 2010

“Domingo a la mañana”, Alejandro Scrigna

Era uno más en la larga hilera que atravesaba el playón blanco, como encabezando un pentagrama en clave de ruego. La mayor parte de aquella muchedumbre silenciosa eran mujeres, humildes, pacientes, de ropa colorida y pies hinchados apenas contenidos por ojotas de plástico.

Los pocos hombres, como yo, en cambio, mostraban una actitud descreída, aunque todos, mujeres y hombres, esperábamos ansiosos al que señalaría el atajo que nos desviaría del trágico destino anticipado. Una casita humilde a lo lejos era la meta.

Estaba contemplando a los que me precedían en la fila, cuando me llamó la atención una mujer de lentes oscuros, vestida con saco y pollera, parada firme, sin desviar la cabeza. Parecía no sentir el clima agobiante, como que estaba en otro lado. Me acerqué en perspectiva y descubrí asombrado quién era. No dudaba de su identidad pero, ¿qué hacía allí?

Era inimaginable en esa escenografía. No había sabido nada de ella desde hacía largo tiempo, ni me había llegado ninguna mala noticia; pensé que tal vez estuviera en ese lugar por otra persona. Permanecí meditando un rato largo; los telegramas del pasado me aturdieron durante segundos eternos. Era sorprendente verla de nuevo, recordar los anocheceres en su departamento después del trabajo, vividos intensamente en diálogos, ironías, puntos de vista jamás revisados, una calidez reciproca nunca agradecida y siempre recordada.

Qué lejos estaba todo eso…¿Cómo decirle que todas esas cosas tamizadas por el tiempo fueron lo más cercano al amor que conocí? Aquel recuerdo ni siquiera fue empañado por la forma y la razón de su alejamiento; alguna vez tenía que perder; el no querer saberlo se hizo cómplice de mi inmadurez…

Me acerqué, apoyé la mano en su hombro y la hice girar suavemente; se sacó los lentes y me sonrió. Después de mirarnos un rato, bajó la cabeza y dijo: - Te imaginás por qué estoy acá, ¿no?

domingo, 17 de octubre de 2010

"El polvo a la mitad", Jesús Díaz

Una película de polvo lo había cubierto todo, desde el auto hasta nuestro pelo.
Habíamos cerrado los cristales, pero el polvo cubría los asientos. No hablábamos, pero nos abrasaba las gargantas. Hacía rato que ni los animales ni los campos tenían color, sólo el polvo.

Hacía rato también que el terraplén no se distinguía del resto del campo. El campo todo era un inmenso terraplén con una persistente nube de polvo que no acaba de ascender; se mantenía fija, larga, pegada al camino y a todo cuanto pasaba por el camino que era todo lo que había allí, porque todo era igual, todo terraplén, y todo el terraplén era polvo.

Lo otro era el sol. Un sol sin centro ni rayos, un sol esparcido, un sol solo calor. Calor, aquel sol no poseía otro atributo. Lo demás éramos nosotros.

Intenté mirar la hora para saber el tiempo que nos faltaba de camino, y el tiempo que llevábamos por aquel terraplén, pero la esfera del reloj estaba cubierta de polvo, y aunque se trataba de polvo seco no logré limpiarla. Nada me ayudaba a orientarme. El sol había desaparecido del cielo para reaparecer en todos los lados, quemante. El aire había quedado fijo en medio del polvo, opaco. Delante del auto quizás quince o veinte metros de polvo cobraba forma, se hacía oscuro, compacto. La presencia que comenzaba a concretarse en la nube avanzó. Detuve el auto.

—Siglos no pasaba nadie por aquí —dijo.

Fue una voz terrosa, árida. La forma, al avanzar, fue haciéndose humana. No cabía duda, era un hombre, polvoriento, pero hombre... Alejé mis vagas sospechas al mirarme y mirar a mi mujer, teníamos su mismo aspecto. Entretanto él había subido y yo continué la marcha.

—Siglos llevaba esperando —dijo al rato.

La voz me inquietó. Fue otra vez terrosa y otra vez árida y otra vez cansada y otra vez vieja, como chirrido de bisagra de una puerta cien años sin abrirse.

Miré a mi mujer, pero ella ni siquiera volvió la cabeza. Él regresó a su silencio. Las horas que siguieron me parecieron siglos. Entonces creí entender lo que el hombre había dicho. Siglos después el polvo volvió a hacerse compacto, pero en muchas direcciones. Sólo frente al auto era más claro. A los costados la nube bosquejaba estructuras, descubría formas. Formas de casuchas desvaídas, anaqueles polvorientos en polvorientas bodegas, perros trashumantes, escuela. Aquello era, o debía ser, o debía haber sido, un pueblo.

—Fray Benito.

Dijo la voz terrosa respondiéndome. Quise mirar atrás, mas no fue necesario. El hombre estaba ahora sobre el polvo, al lado del auto.

—Mire —señaló una iglesia estremecida—, ahí bautizaron a Batista, no queda nada, ni yo —dijo.

Se esfumó entre la nube, luego esta se movió por primera vez, arremolinándose alrededor de la iglesia hasta taparla. Arranqué sin esperar a ver más.

—Qué tipo raro —dije a mi mujer.

—¿Cuál tipo? —me preguntó.

—El que se quedó en aquel...

Pero no había pueblo. Sólo una nube fija larga, pegada al camino.

—Creo que el polvo te volvió loco —me dijo.

Intenté responderle, pero no pude porque la lengua se me fue deshaciendo mientras sentía un sabor árido en la boca, y una corriente terrosa en las venas.

domingo, 3 de octubre de 2010

El todo es mas que la suma de sus partes

El todo es más que la suma de sus partes. Te cansas de escucharlo en este programa. El todo es otra cosa, algo nuevo y diferente nacido de esas partes que lo hacen posible. Y lo confirmo todos los días, desde lo cotidiano a lo global.


Precisamente, el cambio de algunas partes en nuestra vida, alteran ese todo, a veces de manera predecible porque cambian profundamente esas partes. Pero puede pasar que cambios que no consideramos importantes, que casi ni percibimos, provoquen un todo nuevo y muy diferente.

¿A dónde voy? A que comprobamos cotidianamente que algunas partes no cambian, son predecibles, casi inalterables. Pero por suerte, el todo es distinto, inédito. Se hace también con otras partes.

Los cuarteles y los que se benefician con ellos no cambian. Ecuador vio en estos días amenazada su institucionalidad, Latinoamérica toda fue amenazada una vez más. Y la amenaza salió de un cuartel.

De cuarteles, nosotros sabemos mucho. Sabemos quienes solían ir a golpear sus puertas, quienes salieron de allí, que pasó dentro de ellos… también sabemos, o vamos conociendo, quienes son parte de una nostalgia que esconden.

Esta semana tuvo media sanción en el Senado el proyecto de Servicio Cívico Voluntario. Sabés de que se trata?

La idea es ayudar a los pibes pobres metiéndolos en un cuartel, para enseñarles oficios. Hay que “educarlos” antes de que roben y maten. Proyecto que impulsa el radicalismo y parte del peronismo, con media sanción en senadores. Te preguntaste cuantos tipitos te podes cruzar en el almacén, el trabajo o en reunión de amigos, que puedan ver positiva esta idea macabra de que el cuartel, y no la escuela, eduque a los pobres, para asegurarnos que no estén en las calles.

Hay partes que no cambian... pero están dentro de un todo distinto. Sepan los nostálgicos del cuartel que muchos nos reconocemos en el deseo de mayor libertad, en el sueño de librar la batalla cultural que nos haga mejores personas.

Nos encontramos hace tiempo cebando un mate, descorchando un vino, proponiendo palabras con música y sonidos que hablan. Intentando un todo que sea más que la suma de sus partes. Y la clave no está en lo que se mantiene, está en lo que vamos intentando cambiar.

"Más bonita que Georgina", Antonio Mora Vélez

A la hora en que el sol se metía en el horizonte del mar, el niño se sentaba en un banquito, todos los domingos, a mirar hacia el balcón de enfrente. En el segundo piso de esa casona colonial de la calle Larga, vivía una jovencita de origen chino de apellido Wong y el niño, a pesar de su corta edad, estaba enamorado de ella.

Como no conocía aún canciones de amor, le cantaba un porro que narraba las tristezas del dueño por la muerte de su gallo tuerto. Al final de la interpretación, que acompañaba con el ritmo de un pequeño tamborcito de cuero que le había regalado el niño Dios, el Romeo de la calle de Las Palmas le decía a su Julieta:

—Georgina Wong, la del balcón, asómate, que te voy a tirar un besito.

Y la jovencita se asomaba sonriente y le tiraba también besitos al niño —que no cabía en su cuerpecito de la felicidad— y los vecinos, quienes seguían de cerca la tierna escena, festejaban esos momentos de amor con palmas, sonrisas y una que otra lágrima furtiva.

Georgina —no sobra decirlo— se hizo amiga de la mamá y de los tíos del niño y lo visitaba todos los días cuando regresaba del colegio. En esos encuentros vespertinos la hermosa colegiala de ojos rasgados le llevaba paragüitas de caramelo al niño y respondía sonriente las preguntas de la mamá y le decía que sí, que se iría a casar con él cuando estuviera grande, que lo esperaría hasta que se convirtiera en un hombre hecho y derecho. Y el niño soñaba todas las noches con su boda y veía a Georgina con su traje blanco de cola y se veía él de vestido entero de paño, igual que la fotografía en sepia del matrimonio de los tíos.

Dos años después el niño seguía siendo un niño pero la jovencita era ya una mujercita casadera y con un novio real. Por algún tiempo Georgina y su novio le hicieron creer al niño que eran amigos nada más y que ella le cumpliría su palabra de matrimonio. Y él, aunque sospechaba que lo engañaban por piedad, seguía soñando en su boda con Georgina. Y le seguía poniendo serenatas los domingos con una canción nueva que se había aprendido y en la que un palomo le pedía a su paloma querida que volviera a su viejo nido.

Una mañana de domingo ocurrió lo que el niño ya temía. El balcón de la casa de Georgina estaba adornado con festones y lazos y había un inusual movimiento de personas que entraban y salían con paquetes y con viandas de fiesta. Rosa Helena, que así se llamaba la mamá del niño, vio que su hijo tomaba el banquito y el tamborcito de las serenatas y le dijo que no saliera a cantarle a Georgina porque ella no estaba. Y trató de distraerlo con un paseo por el patio, señalándole las begonias, los helechos, los pajaritos y los conejos, al tiempo que le decía que él estaba todavía muy pequeño para pensar en cosas de hombres, que ya Georgina había decidido organizar su vida en otra parte y que hasta allá no llegaría su vocecita con las canciones y el sentimiento de sus serenatas.

Al escuchar estas palabras de su madre, el niño salió corriendo hacia la ventana y alcanzó a divisar en la distancia de la calle el cortejo nupcial y ver a Georgina vestida de novia y a un joven con vestido entero de paño azul turquí que la llevaba del brazo hacia la iglesia, apenas a tres cuadras de la casa, y sintió por primera vez un nudo en la garganta que no se explicaba y comenzó a gritar ¡me ahogo! ¡me ahogo! y a pedirle ayuda a su mamá, que estaba a pocos pasos de él llorando también por la pequeña tragedia de su hermoso hijo.

La madre angustiada le alzó sus bracitos una y otra vez, lo besó, lo abrazó y le dio un vaso de agua con valeriana. Luego lo recostó en sus piernas y le susurró una bonita canción que le dice adiós a las golondrinas que se van, hasta que se quedó dormido.

A la mañana siguiente el niño se asomó a la ventana y notó que los festones del balcón se los llevaba el viento y vio a la empleada de los Wong barrer el arroz regado en la acera y en la calle. Luego miró hacia una de las puertas del primer piso y contempló a Raquel, la hija del carpintero del barrio, que salía de su casa con los libros del colegio en las manos.

Llamó entonces entusiasmado a su mamá para que la mirara y le dijo:

—Mami, Raquel también es bonita ¿cierto?

La madre vio otra vez el color de la ilusión en los ojos de su hijo y le contestó sonriente:

—Sí hijo, es muy bonita, más bonita que Georgina.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Juventud. Divino tesoro.

Existe una escuela secundaria, en el barrio de Palermo, que se llama María Claudia Falcone. Se llama así por decisión mayoritaria de los alumnos que pudieron elegir el nombre de la casa donde concurren a estudiar cada día.
María Claudia era una piba de 16 años, y como a la mayoría de los pibes, en su época, le importaba la política. Militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios. La tipita, ayudaba en las villas de emergencia, estudiaba en Bellas Artes y disfrutaba escuchando Sui Generis o leyendo a Benedetti. Le gustaba mucho bailar, sentía que el mundo era un poco más lindo cuando tenía ritmo y se movía al son de una melodía.
La niña que hoy pone su nombre a una escuela, participó hace 34 años, en septiembre del 76´, en una campaña a favor del boleto estudiantil en la Ciudad de La Plata. Diez estudiantes fueron desaparecidos en esa oportunidad. Tenían entre 14 y 17 años y, como te dije, participaban de una campaña reclamando el boleto estudiantil.
María Claudia era una de esos pibes.
Pasó por varios centros clandestinos de detención. En ellos fue torturada y sometida a todo tipo de abusos y violaciones sexuales, como una forma más de tortura y ensañamiento. "Un día, María Clara le pidió a uno de los guardias que no la tocara más, que la matara pero que no la tocara más, mientras se golpeaba la cabeza contra la pared" supo contar Pablo Díaz, sobreviviente de aquellos días, y el último en verla con vida.
María Claudia permanece desaparecida, al igual que la mayoría de los secuestrados esa noche del 16 de Septiembre de 1976. La oscura noche de los lápices.
Este operativo fue realizado por el Batallón 601 del Ejército y la Policía de la Provincia de Buenos Aires, dirigida en ese entonces por el general Ramón Camps, que calificó al suceso como lucha contra "el accionar subversivo en las escuelas".
¿No te da un escalofrío, con esta historia a cuestas, cuando un funcionario, hoy, “acusa” a los pibes de estar politizados?
Los tipos que se quejan de una juventud sin compromiso y a la deriva suelen ser los mismos que ahora despotrican contra la movilización estudiantil. ¿Qué es, entonces, lo que esperan de los jóvenes?... Lo mismo que esperaban los militares, que sean prolijitos y obedientes, porque de lo contrario son peligrosos. Ayer “subversivos”, hoy “chavistas".
El impresentable Eduardo Feinmann, increpó a una piba en su programa de televisión, diciendo: “ –¿para eso te educaron tus padres, para tomar colegios?-“ y ella, Daniela Gasparini, cara a cara, le contesto “– yo defiendo mis derechos. Eso es un proyecto de vida y lo elijo todos los días-“
La tipa conmueve. Emociona ver a estos chicos defender sus derechos y no puedo evitar compararlos con aquellos otros chicos que peleaban por el boleto estudiantil. Me emociona, porque las bestias sabían lo que hacían y durante mucho tiempo estuvieron seguros de que el miedo sembrado era para siempre. Que los lazos y las conciencias destruidas no se recomponían más.
Bueno, no… no fue para siempre.
Daniela elije como proyecto de vida defender sus derechos todos los días…
Daniela elije, tal vez sin saberlo, que en su lucha y en sus sueños, María Claudia esté presente.

"El albañil de Valtellina", Gianni Rodari

Un joven de Valtellina, al no encontrar trabajo en su patria, emigró a Alemania, y encontró un puesto de albañil precisamente en Berlín. Mario -así se llamaba el joven- se puso muy contento: trabajaba duro, comía poco, y lo que ganaba lo ahorraba para poder casarse.

Cierto día, casi anochecido, mientras llenaba los cimientos de un nuevo edificio, se desprendió uno de los andamios y Mario cayó, hundiéndose en el cemento armado. Murió sin que nadie conociera su trágico final.

Estaba muerto y no notaba dolor alguno. Había quedado encerrado entre los pilares de la casa en construcción, pero pensaba y oía igual que antes. Cuando se acostumbro a la nueva situación logró incluso abrir los ojos y ver la casa que crecía a su alrededor. Era exactamente como si él sostuviera el peso del nuevo edificio, y esto le compensaba la tristeza de no poder mandar noticias a su casa ni a su pobre novia.

El edificio creció hasta el techo, las puertas y las ventanas fueron colocadas en su lugar, los pisos fueron vendidos y comprados, y llenos de muebles, y por último vinieron numerosas familias a vivir en ellos. Mario las conoció a todas, desde los mayores hasta los pequeños. Cuando los niños gateaban por el suelo, aprendiendo sus primeros pasos, le hacían cosquillas en las manos. Cuando las muchachas salían al balcón o se asomaban por la ventana para ver pasar a sus enamorados, Mario notaba en sus propias mejillas el suave arrullo de sus rubios cabellos. Al atardecer oía las conversaciones de las familias reunidas en torno a la mesa; por la noche oía toser a los enfermos, y antes del amanecer, el trino del despertador de un panadero, que era el primero en levantarse. La vida de la casa era la vida de Mario; las alegrías de la casa, piso por piso, y sus dolores, habitación por habitación, eran sus alegrías y sus dolores.

Pero un día estalló la guerra y comenzaron los bombardeos sobre la ciudad.

Una bomba cayó sobre la casa y ésta se derrumbó. Sólo quedó un montón de escombros, de muebles destrozados, de trastos aplastados, bajo los cuales dormían para siempre mujeres y niños que habían sido sorprendidos en su sueño.

Sólo entonces murió de verdad Mario, porque había muerto la casa que naciera de su sacrificio.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Democratizar la comunicación. Un camino necesario.

No es menor comenzar un revuelto, después de nueve años de programa, -veinte intentando sin éxito aprender a hacer radio-, compartiendo la noticia de que esta semana se reglamentó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y está vigente en todo el país.

Se trata de un paso más, y no el último, hacia la democratización de los medios… tan esperada, tan necesaria… Porque en la medida en que los ciudadanos tengamos acceso a comunicar, la mentira no va a ser tan fácil.

Te doy un ejemplo que nos toca muy, pero muy de cerca…
Decía el diario Clarín, el 22 de diciembre de 2009, sobre un conflicto de tierras en Santiago del Estero:
“…dueños de campos denuncian que no los dejan tomar posesión.
La denuncia fue presentada por los empresarios Luis Resio y Alberto José Croche, quienes en abril de 2008 compraron dicho campo para desarrollar un proyecto ganadero para 6.000 bovinos. Pasaron 18 meses y no pudieron tomar posesión del predio, a pesar de contar con dos fallos judiciales a su favor. Resio culpa al oficialismo santiagueño. Lo acusa de "incentivar" a pobladores campesinos a "desobedecer" la decisión de la justicia.
"Queríamos invertir. Pero recibimos amenazas, tiros, corte de rutas y alambrados, privación ilegítima de la libertad. Todo ello con la complacencia del Gobierno y la Justicia, que hasta ahora no tuvieron el coraje de hacer cumplir la ley", señaló Resio. Parecen viejos cuentos del Far West. Suceden ahora, en el norte argentino.”
Hasta acá la nota de Clarín.

Hace algunos días atrás, y algo te adelanté en el programa pasado, el padre Mariano y el cumpa Roger Alcaraz, de FM Comunitaria San Pedro, nos contaban la otra historia de Pozo del Castaño.

Una situación que data de comienzos de 2008 cuando estos supuestos empresarios compraron el titulo de dominio en el Lote 2 contiguo a la comunidad de Pozo de Castaño. Allí los campesinos, poseedores con ánimo de dueño, tenían ya mejoras para sus actividades de producción de subsistencia. El lote en disputa tiene más de 11.000 hectáreas, pero las familias revindican 5.500.

A finales del año pasado el juez Argibay Berdaguer dictaminó una medida cautelar de retener la posesión, medida que impide el ingreso a foráneos, en tanto a los campesinos los habilita para que sigan desarrollando normalmente sus actividades cotidianas.

Sin embargo estos tipos entraron ya cuatro veces al predio, incluso incendiaron una cosecha de calabazas. Y hace unos quince días atrás entraron, instalaron una casilla con 20 matones armados, y persiguieron con dos 4x4 a la gente del Instituto de Cultura Popular, que se dirigía a una reunión con los campesinos.

Así llegaron al pueblo, amenazaron de muerte a los pobladores, que estaban reunidos en la capilla, le tiraron a los pies a un paisano, dispararon frente a la escuela, con los pibes adentro…Escuchás lo que te estoy contando?... tiros a los pies de un hombre y disparos con los pibes en la escuela…

Encima cuentan con la complicidad de una parte de la policía, no toda, pero parte de la policía los “protege”.

Ves la importancia de abrir el juego comunicacional. Si vos lees Clarín, Resio y Croche son dos pobres empresarios víctimas de la corrupción del gobierno santiagueño, pero si escuchas FM Comunitaria San Pedro, la cosa cambia, resulta que las “victimas” tienen bandas armadas atropellando familias que trabajan en el campo.

No digo que no hay corrupción en Santiago del Estero.
No quiero que deje de existir Clarín.

Quiero que nosotros, los que trabajamos para una comunicación alternativa al discurso dominante, tengamos las mismas posibilidades de llegar a vos, con la otra cara de la historia.
Con la nueva ley reglamentada parece que estamos un poco más cerca. Falta, pero estamos más cerca.
Vamos a poder elegir con mayor facilidad desde donde mirar la película…
Nosotros la vemos, allí en Santiago, desde la ventana de la escuela.

“El mundo”, Eduardo Galeano

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

—El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.

No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

domingo, 29 de agosto de 2010

Miradas

A veces recuerdo una imagen de mi niñez que tengo profundamente grabada en la memoria. Puede que con el tiempo se hay ido resignificando, cobrando valor simbólico, y hasta completada naturalmente por las vivencias que le siguieron.

Tenía unos nueve años y con los compañeros de grado de mi querida Escuela 98, nos pasábamos las tardes jugando a la pelota en la cancha que creo que, aún hoy, está detrás del Hospital Posadas, dentro de sus terrenos y lindante a la mítica villa Carlos Gardel o Charly Garden, como solíamos llamarla. Vivíamos cerca del Hospital y teníamos la posibilidad de disfrutar de una cancha de once toda de pasto. Hasta en las áreas estaba verde, intuyo hoy, que era a causa del poco uso que se le daba. Recuerdo una tarde en que se nos fue la pelota a un chalet que hay al costado, a unos diez metros de la cancha, y fui corriendo a buscarla. Antes de que pueda llegar, rápidamente salió un policía con la pelota en la mano y me la alcanzó muy amablemente. Tengo la vaga sensación de que se escuchaba una radio dentro de la casa...

Te estoy hablando de mis nueve años, estoy recordando vagamente el año 79 de nuestra historia. El pibe que era no tenía idea que el Hospital estaba tomado militarmente y con los años, particularmente cuando leí el Nunca más, supe que en ese chalet, hoy escuela de enfermería de la UBA, funcionaba un centro de detención clandestino, conocido precisamente como “El Chalet”. Decenas de trabajadores del hospital continúan hoy desaparecidos. La mayoría fue secuestrada en su lugar de trabajo, otros en sus casas y algunos en un bar lindero a la Universidad de Morón. Todos los traslados se hicieron en patrulleros o celulares policiales. Cuántos habrán pasado al costado de la cancha donde unos veinte pibes de alrededor de nueve años desesperaban por ganar el partido.

Me asaltan estas imágenes. Imágenes de pibes que no podían ver más allá del juego, que convivieron con el infierno a diez metros, y no lo vieron. Cuánto de esa infancia convive hoy entre nosotros. Cuántos tipos que dudan de hechos tan reales como perversos y genocidas. Cuántos de los que apoyaron y se beneficiaron en aquellos años oscuros están hoy deseando que nuestra mirada infantil no vea el chalet.

Cuando hoy veo a Mauricio Macri ordenar a los directores de las escuelas anotar todos los datos de los estudiantes que reclaman, para denunciarlos a la policía. ¿Sabes verdaderamente quienes son los Macri...?¿ Sabes que en el año 75´ tenían siete empresas y al finalizar la dictadura llegaban a cuarenta y seis? ¿Qué fueron promotores y socios de los asesinos?

Papel Prensa, que ocupó casi todo el espacio en casi todos los medios, provocó reacciones que vuelven a pararme delante de aquel chalet... el diario La Nación habla del año 77´ como un tiempo en el que había libertad de elección !?... estos tipos, Clarín y La Nación, también fueron promotores y socios de los asesinos, estos tipos que formaron la idea de realidad para la mayoría de los argentinos durante décadas...

Quiero creer que hay un cambio no menor en relación a estos tipos, la pata civil de la dictadura. Siempre operaron a través de sirvientes, hoy se arremangaron para meter mano directamente. Tal vez sea algo voluntarista de mi parte, pero me parece que se están cayendo caretas. Como nos sale, como mejor o peor podemos. Más difícil será dar por tierra con la vigencia del plan económico impuesto en la dictadura, afirmado en los 90, y sostenido hoy día en muchos de sus preceptos. Esa redistribución que vive más en los discursos que en el pueblo.

Me tienta pensarnos como si fuese aquel pibe de nueve años que jugaba a la pelota. El pibe creció y algo pudo ver sobre lo que pasaba dentro del chalet.
Ojalá estemos creciendo y seamos capaces de ver quién es quién.

domingo, 22 de agosto de 2010

Vestidita de satén


Me pasó de tener ganas de salir a caminar sin rumbo fijo, ir por veredas que no conocía. Ver el paisaje de una ciudad que va despertando: el canillita y la panadería siguen siendo protagonistas de este momento del día. Hay cosas que no cambian. La poca gente que pasa se dispone a comenzar una rutina, y se nota en las caras con cuanto gusto lo hacen.

Pero me quedo mirando a una mujer que llega. Trae la noche consigo y al pasar puedo imaginar en su perfume cada instante de esa noche. Quedo inmóvil por unos segundos justo al lado de un anciano que también la mira. El viejo es testigo de su calle. Puede referir cada minuto de su cuadra y está dispuesto a contármelo. Se recuerda niño, corriendo detrás de la pelota en una improvisada cancha de fútbol. Habla sentado en una silla de madera y paja, de la cual poco se puede ahora mover, y que está estratégicamente ubicada en el escalón de su casa. De esta manera le permite seguir el pulso de una cuadra que ya considera suya.

Cuenta el viejo que todos los días la ve. Va la muchacha, la niña que ya no es. Camina con un vaivén al que sólo le falta un tango que acompase el andar. Vuelve sola, pero en su gesto se nota que hubo compañero. Para él se arregló, para él se produce cada noche de manera distinta, aunque él no es el mismo cada noche.

Son noches que se alargan entre alcohol y fantasía, y que la devuelven mareada, cansada, casi junto a la salida del sol. Ella regresa, vestidita de satén, con todas sus ausencias y fantasmas. Al pasar frente al espejo, atina a reconocer a la niña que fue. La chiquita la mira casi llorando y ella sabe que en esas lágrimas está el reclamo de esos sueños que acompañaron la vida y que fueron olvidados. Sueños que quedaron atrás igual que esa niñez. Hoy intenta poner ruido, hacer importantes tantas pequeñeces. Para seguir adelante se sigue mintiendo Y vivir esos sueños, mejor dicho, tan sólo intentar vivirlos, son cosas que va dejando para otra vida.

El viejo me lo cuenta con la autoridad de los años y de saberse un poco dueño de la cuadra y las historias de quienes la habitan. Pero el tono acusante tiembla cuando la voz se quiebra, se hace chiquita e inofensiva tanto como su imagen en la silla de madera y paja. El viejo sermonea: “Joven, no olvide sus sueños. Levántese con ellos cada mañana y llévelos por el mundo. Inténtelos. No se deje ganar por el mundo que inventa sueños de cartón y desconfíe de lo fundamental de las cosas que se pueden comprar.” Parece que terminaba ahí su discurso, y me dispuse a seguir mi camino dejando al viejo en su silla, que sigue hablando, ahora un poco más solo: “Sepa que paso los días mirando la vida de los que pasan, porque igual que la muchacha, el espejo me devuelve la imagen del niño que fui, reclamando por sus sueños”

Traté de no pensar mucho, la ciudad te cruza todo el tiempo con historias nuevas y cada cuadra debe tener su dueño y su filósofo de cordón. Sonreí pensando en el viejo, a cuánta gente parará por día para -con la excusa de contar la historia de una mina-, hablar un poco de él. O simplemente, hablar con alguien. Por unos días, por precaución, no voy a mirarme al espejo. Me quedo con el perfume de la muchacha vestidita de satén. Ojala la vuelva a cruzarla un día con ese vaivén al que solo le faltaba un tango que acompase el andar. Le podría decir que hoy lo encontré.

Fragmentos de “Golpe de Radio – Los tres días que transmitimos peligrosamente” de José Ignacio López Vigil

El 11 de abril del 2002, Chávez y sus seguidores lo llaman un «golpe mediático», argumentando que los medios privados de comunicación venezolanos, tuvieron una gran cuota de responsabilidad en el golpe de Estado, autocensurando información comprometida con los golpistas e incluso de ser ellos los principales promotores. Los chavistas también mencionan que fue un golpe empresarial, pues el efímero presidente Carmona no sólo era empresario, sino que era el presidente de la principal organización patronal, llamada Fedecámaras; igualmente, el golpe fue apoyado por la iglesia católica


—Amigas y amigos de la red informativa nacional Fe y Alegría, durante
la noche ha pasado esto y esto. Hemos intentado llamar a unos y a otros, a
simpatizantes y opositores, pero los celulares están apagados. O saboteados,
no sabemos. Pero no hay con quién comunicarse. Dígannos ustedes. Llamen a
la radio y dígannos qué piensan de lo que está pasando en nuestra querida
Venezuela.
—Aquí no va a llamar nadie —dice César de aguafiestas—.
Y comienza ese teléfono, ran, ran, ran… Una llamada y otra y otra y otra más.
Eran tantas que comenzamos a sacar una aquí y otra en Maracaibo. Para
tomar resuello.
—¡Yo no me la calo! —decía una viejita—. Él no ha renunciado nada. Si
fuera así, él lo habría dicho.
—Lo tienen secuestrado, eso es. Si ustedes saben dónde, dígannos y lo
vamos a rescatar.
—¡Queremos ver a Chávez!... ¡Hasta que él no hable, aquí nadie cree
nada!
—Me siento huérfano —me impresionó el dolor de aquel vecino de
Petare—. Él era el presidente de los pobres. ¿Qué va a pasar ahora con nosotros, los sin nada?
El teléfono no paraba de sonar en la radio.
—Aló, aló… Mire yo llamé a tal radio y allá mismo una persona me dijo:
“Nosotros no te podemos atender porque hay órdenes de no pasar nada acá.
Pero te recomiendo que llames a Fe y Alegría, que ellos sí están sacando la
bulla al aire.”
Colegas de otros medios nos llamaban. Como a ellos no les permitían, nos
pasaban la información.
—No digan que yo les dije porque… ¡me vuelan el pescuezo!
Nos llamó Radio Nederland. Nos llamaron de México, de España, de
Argentina… nos pedían reportes directos y se los hacíamos al toque.
Se nos enlazaban radios del interior del país. Hasta la radio de las FARC19 nos
copió:
—¡Aquí Radio FARC!... Estamos conociendo lo que pasa en la
República hermana de Venezuela a través de la red de radios Fe y Alegría, la
única que está desenmascarando a los golpistas vendepatrias… ¡la única con información confiable!
Nuestro problema era que no teníamos mucha gente en la calle para reportear.
Nuestros voceros comunitarios llamaban y daban información. Pero ni así
alcanzaba. Entonces, comenzamos a pedir voluntarios. Y a localizar gente que
sabíamos que estaba en la calle, protestando. La mamá de César se había
escapado de la casa desde la noche anterior y la habían visto alborotando por
Fuerte Tiuna.
—Livia, ¿cómo está la cosa por ahí?
—¡Esto es el fin del mundo, vale!... ¡Aquí está media Caracas pidiendo que vuelva Chávez!... ¡Mándales un saludo, Javier!
—¿A quién?
—A todo este gentío… Aquí todo el mundo está con Fe y Alegría… ¡Eh,
chamos, suban el volumen de ese parlante que el locutor los va a saludar!
Y me cuenta Livia que la gente andaba con carteles que decían:
¡OIGAN LA 1390!
Y por los celulares se pasaban los mensajes de texto:
SINTONIZA FE Y ALEGRÍA
En un barrio de Cumaná, a las afueras, agarraron un gancho de ropa y con eso
se pusieron a oír. Aunque la señal iba y venía, todo el barrio se apiñó y nos escuchaban.
Con decir que en Maturín hubo gente que se ingenió unas antenas con el aspa
de unos ventiladores viejos y con un radiecito captaron nuestra frecuencia, y
sacaron un cable no sé por dónde, y lo montaron arriba de una mata… ¡y todo
el barrio a escuchar!
No exagero. Logramos una audiencia tremenda, media Venezuela guindada de Fe y Alegría. Es que en ese momento no había otra voz libre en el país.
Suena el teléfono y nos llama el Ministro de Educación Superior del gobierno
de Chávez, Héctor Navarro.
—Quiero hablar con el director de prensa de Fe y Alegría.
—¿En qué podemos servir, ministro?
—Quiero saber si fuese posible —hablaba con mucha humildad— que
yo, como ministro del gobierno, pueda dirigirme al país a través de su emisora.
—Por supuesto, señor ministro. Los micrófonos son suyos. Pero,
dígame, ¿usted nos ha contactado por alguna razón específica?
—Porque a mí me llamó un colega de Ecuador. Y me dijo que él se
había enterado de la verdad de las cosas a través de Radio La Luna, en Quito,
que a su vez estaba copiando la señal de ustedes. Es decir, que a ustedes les
están escuchando mucho, adentro y afuera.
—Pues vamos con su entrevista, señor Navarro… y mientras lo estamos entrevistando, tenemos que interrumpir para el notición:
—¡Atención, mucha atención!... Nos informan que en estos mismos
momentos está partiendo un grupo de helicópteros de la Brigada 42 del
Comandante Raúl Baduel. Van hacia La Orchila. Van a buscar al Presidente Hugo Chávez.

domingo, 15 de agosto de 2010

Un cartonero en la radio

Tengo ganas de compartir la historia de una radio a partir de la historia de Juan. Porque Juan es el primer impulso, el esfuerzo y el sostenimiento de un sueño que, por momentos, la tristeza quiso apagar. Y entonces ahí aparece la convicción del deseo, el levantarse con la fuerza de intentarlo, el no permitir que esa tristeza gane, ni aún cuando se está cerca de tocar fondo.
Juan vivía en Misiones, juntaba como podía unos mangos para bancarse un espacio en radios del pueblo y a través de su programa desarrollar su vocación, que no era la de ser famoso como ocurre en tantos casos, sino poder, con la radio como medio, ayudar a los vecinos. Así organizó encuentros solidarios en “la plaza de los niños” en Puerto Iguazú,y empezó a pensar que un programa no alcanzaba, que tenía que lograr instalar una radio y desde ahí intentar cambiar algunas cosas.
Todo se fue haciendo difícil, todo esfuerzo no alcanzaba y la radio era un sueño que se iba alejando. La angustia atacó el cuerpo y, enfermo, Juan tuvo que viajar a Buenos Aires para tratarse. Se vino con la compañera y los hijos, los esperaba un lugar donde ubicarse en el barrio de Mataderos, más precisamente, en la Villa 15, la que conocemos como Ciudad Oculta. Ese fue el lugar para habitar y el cartoneo la actividad para sobrevivir.
Cuatro años. Una experiencia nunca imaginada: andar por la basura buscando esperanza, sentir la discriminación en cuerpo y alma, estar bajo la lluvia arrastrando un carro pesado, pero más pesada, la desazón y tristeza de mirar sobre la montaña de cartón jugueteando a los hijos. Las lágrimas se confunden con la lluvia cuando se toca fondo. Misiones se extraña, pero uno se va acostumbrando a vivir de esta manera. Y los sueños están ahí, para ser soñados o para intentar vivirlos.
Con esfuerzo, Juan Nuñez, acompañado de buena gente pudo comprar los equipos, el transmisor, y después la antena y los cables. Y una vez que estuvo eso, el depósito de cartón se transformó en estudio de radio. En la Av Eva Perón al 6600, en Mataderos, en la villa que conocemos como Ciudad Oculta, transmite FM LA MILAGROSA, la 100.9. Una radio comunitaria que trabaja en conjunto con Centros Comunitarios, Asociaciones Civiles, Iglesias, Comisiones Vecinales.
La producción, conducción y puesta al aire de la Radio está hecha por vecinos y representantes de las organizaciones. Una construcción comunitaria que nació del sueño y las ganas de un tipito en Misiones. Un sueño que, compartido con otros, y no sin problemas y contradicciones, va siendo una realidad.
Juan nos permite ser parte de Fm La Milagrosa contándonos algo de su historia e incorporando este revuelto de radio a la programación. Sabe que hay mucho por hacer y hay que sumar voluntades. No perdió la esperanza ni las ganas de cambiar un poco, un poquito al menos, el mundo de la manera que siente que puede hacerlo. O por lo menos intentarlo. No perdió la alegría que motiva, aún cuando no queda nada bajo los pies y tocás fondo. Ahí, donde nadie se puede acercar y ni siquiera hay soledad.

"Francisca y la Muerte", Onelio Jorge Cardoso

—Santos y buenos días —dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer.
¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo.
—Si no molesto —dijo—, quisiera saber dónde vive la señora Francisca.
—Pues mire —le respondieron, y asomándose a la puerta, un hombre señaló con su dedo rudo de labrador:
Allá por los matorrales que bate el viento, ¿ve? hay un camino que sube la colina. Arriba hallará la casa.

Así pues, echó y echó a andar la muerte por los caminos hasta llegar a casa de Francisca.
—Por favor, con Panchita —dijo adulona la muerte.
—Abuela salió temprano —contestó una nieta de oro, un poco temerosa, aunque la parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.
—¿Y a qué hora regresa? —preguntó la muerte.
—¡Quién lo sabe! —dijo la madre de la niña—. Depende de los quehaceres. Por el campo anda, trabajando.
Y la muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda por tanto mundo bonito y ajeno.
—Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
— Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta el anochecer.
"¡Chin!", pensó la muerte, "se me irá el tren de las cinco. No; mejor voy a buscarla". Y levantando su voz, dijo la muerte:
—¿Dónde, de fijo, pudiera encontrarla ahora?
—De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.
—Gracias —dijo secamente la muerte y echó a andar de nuevo.

Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la muerte se topó con un caminante:
—Señor, ¿pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos campos?
—Tiene suerte —dijo el caminante—, media hora lleva en casa de los Noriega. Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.
—Gracias —dijo la muerte como un disparo, y apretó el paso.
Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriega:
—Con Francisca, a ver si me hace el favor.
—Ya se marchó.
—¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto?
—¿Por qué tan de pronto? —le respondieron—.
Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿De qué extrañarse?
—Bueno ... verá —dijo la muerte turbada—, es que siempre una hace la sobremesa en todo, digo yo.
—Entonces usted no conoce a Francisca.
—Tengo sus señas —dijo burocrática la impía.
— A ver; dígalas —esperó la madre. Y la muerte dijo:
—Verá... el pelo blanco... casi ningún diente propio... la nariz, digamos...
—¿Digamos qué?
—Filosa.
—¿Eso es todo? Pero usted no ha hablado de sus ojos.
—Bien; nublados... sí, nublados han de ser... ahumados por los años.
—No, no la conoce —dijo la mujer—. Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, a quien usted busca, no es Francisca.


Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pastura para la vaca de los nietos. Mas sólo vio la muerte la pastura recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso.
Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora:
"¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!"
Y echó la muerte de regreso, maldiciendo.
Mientras, a dos kilómetros de allí, Francisca escardaba de malas hierbas el jardincito de la escuela, Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso:
—Francisca, ¿cuándo te vas a morir?
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:
—Nunca —dijo—, siempre hay algo que hacer.

domingo, 1 de agosto de 2010

Silencio que grita

No se encuentran con frecuencia personas que puedan sostener el vivir lo más cerca posible de lo que piensan. Sobre todo si el pensamiento está puesto en el bien común, en la búsqueda de una sociedad más igual donde para nadie sea castigo el hecho de nacer e intentar una vida en este mundo. Habitualmente somos más discusivos que fácticos.

Conocimos a uno de esos tipos. Se crió en una humilde familia, padre carpintero y madre modista, en un barrio -sencillo barrio- de la ciudad de La Plata. En el taller de papá aprendió a tallar la madera y sus manos, generosas en proporción y en actitud, siempre guardaron ese aire de trabajo.

La medicina fue su vocación y el esfuerzo estuvo puesto en el objetivo: se recibió de médico y accede a un puesto auxiliar en el Hospital Policlínico de La Plata. Corría el año 48 y para quedar en el cargo había que firmar un contrato aceptando la doctrina del gobierno peronista. Fiel a su pensamiento, rechazó la comodidad del cargo en el hospital y se convirtió en médico rural trabajando más de doce años junto a los pobres, más pobres.

Por supuesto, estoy recordando –casi te digo extrañando- al Dr René Favaloro. Porque no es fácil vivir tan fiel al pensamiento y porque hacen falta esos tipos que nos faltan. En tal caso, conviene no solo recordarlo en su figura, sino en sus convicciones, en su ejemplo.

Favaloro tenía todos los diplomas que un médico sueña tener, y con todos los reconocimientos, no perdía el horizonte. Afirmaba que “En cada acto médico debe estar presente el respeto por el paciente y los conceptos éticos y morales; entonces la ciencia y la conciencia estarán siempre del mismo lado, del lado de la humanidad”. Cuántos han perdido esta noción tan clara y humanizadota de la medicina.

Siempre le preocupó comunicarse con los jóvenes y su mensaje era “no importa tener, importa ser. Es más importante ser que tener.” Tan cierto como fuera de moda. Son otros los valores y las figuras que busca imponer el sistema con sus ídolos de barro y frivolidad.
Donde pudo Favaloro dejó su palabra acompañada de ejemplo. Con humildad, con trabajo y preocupación. Supo decir que “Si no tomamos conciencia del desastre ecológico que el hombre ha desatado en nuestro planeta las consecuencias serán terribles. (... ) Todos debemos comprometernos a luchar sin descanso por la rehabilitación del aire, el agua y la tierra.”

Que bien vienen estas palabras hoy que los pueblos originarios celebran el día de la Madre Tierra, de la Pachamama y, por supuesto, nosotros con ellos. En un alerta cotidiano, porque realmente nos vamos a quedar sin un lugar donde vivir. Siempre lo decimos desde aquí, la minería a cielo abierto, la soja del glifosato, el consumo voraz, destrozan la vida a diario.

René Favaloro es uno de esos tipos necesarios, esos faros de los que nos valemos cuando se hace difícil elegir el rumbo. Un tipo hasta citado por personajes perversos que al nombrar a Favaloro debiera quemarles la boca. Un tipo que trabajó toda su vida por la dignidad humana. Y en una paradoja brutal y vergonzante, se mató un 29 de julio hace diez años atrás, vencido por la corrupción y la desidia.

Nos dejó muchas frases, todas acompañadas del ejemplo de vida. Y eso fortalece las palabras, las hace eternas. Aunque un día, ya sin fuerzas, el cirujano, ese que dio tanta vida, terminó con la propia y decidió callar.

No tengo dudas que al igual que en el final de La malasangre, esa excelente obra de Griselda Gambado, René Favaloro nos dijo: “Callo, pero mi silencio grita”

"Lento, pero posible", Adriana Raíces

“Lento, pero posible”, pensó. Y fue como si pensara por primera vez. La frase parecía estallar desde el fondo de su cráneo.

Afuera, a verdeoliva iban tornando los golpazos.

Mara no sabía decir lo que pensaba. Ni sabía que pensamos con palabras, porque ella pensaba con imágenes nomás. Pensaba como fotos: cerros, mamá muerta, chañar, tren, aborto, polvareda, esa casa de lata en la que andaba ahora rebotando a manotazos y un parto, otro parto y otro. Todo como fotos revueltas. Si alguien le hubiera preguntado por un recuerdo feliz, ella habría respondido con imágenes: El día que le trajeron al Jonathan en el hospital y se lo pusieron sobre el pecho, la mañana en que llevó a Sabri de blanco y moños al colegio, la noche que Ramón le puso la mano entre las piernas…

Pero ahora las fotos estaban como ajadas.

Mara no sabía en qué momento todo había empezado a volverse así de triste. Si había sido por lo del trabajo de Ramón, que se quedó tan en la calle de repente. O cuando la sudestada se llevó la casilla y hubo que sacarla del río. O si fue después de serpear desbaratada con un hijo hervido en fiebre entre los pasillos del barrio por donde la ambulancia no entra. O cuando el primer empujón, el día ese en que el vino le envenenó el carácter a su hombre para siempre.

Mara no sabía si era suya la culpa. Algunas veces pensaba que sí. Que era ella la que contagiaba todo de tristeza. Porque había nacido con la amargura puesta y no había manera de quitársela. Y hasta soñaba con un montón de hilos que le enredaban el cuerpo y una mano gigante que le tapaba la cara. Entonces quería avisar pero no podía porque se olvidaba todas las palabras y tenía que gritar con señas. Un día se lo dijo a su vecina: “Rosa, me estoy volviendo invisible y muda.” Ahí, Rosa le vio que tenía los ojos como si se los hubieran picado bichos y también vio las marcas en la cara y el arañón del cuello. Y como ella tampoco sabía decir lo que pensaba, pateó el piso del patio y la sentó en una silla mientras buscaba las palabras. “Tenemos que conseguir que escuchen lo que no sabemos decir, Mara”, encontró por fin.

Mara no sabía que las palabras eran tantas. Cada vez que sus hijos le mostraban los cuadernos, ella seguía los dibujos de las letras con los dedos acordándose de todas las veces que había faltado a la escuela por quedarse barriendo el rancho, limpiando las ollas, corriendo las cabras, amasando tortillas. “¿Serían menos las palabras cuando yo era chica”, se preguntaba. “¿Serían menos en mi pueblo?” Porque ella sabía escribir tan pocas! Su nombre, apenas y tan torcido que le daba vergüenza y algunas palabras más que nunca le habían servido para nada: pato, martes, mango, barca… “¿Cómo se escribirá lo que yo pienso?”, se preguntaba. “¿Cómo será poner en una hoja que el frío es blanco y muerde? ¿Se puede escribir el olor de la ropa que acabo de lavar? ¿Con qué letra va el ruido de los pies en el barro y el soplido de Ramón que sube y baja mientras duerme?”. “¿Cómo escribo el tren que me trajo hasta esta vida?”.

Mara no sabía que había otras como ella que andaban buscando lo justo. Un día escuchó a una comadre que vino desde Bolivia a hablarles de un Movimiento de Mujeres. Que se juntaban con otros grupos para hacerse escuchar y se encontraban en un bar llamado Virgen de los deseos. Y decía las palabras “exclusión” y “dominio” y “violencia”. Y Mara no entendió demasiado pero se quedó mucho rato pensando que nunca había pensado el deseo.

Mara supo que por ahí andaba la cosa. Lo veía bien clarito en los ojos de las otras. Si no lograban romper ese silencio que les venía del fondo de los siglos, estarían invisibles para siempre. La noche anterior, Ramón había vuelto a la casa más áspero que nunca y le había puesto la cara como bolsa. Porque sí o de puro desamparo. Por algo que ni él sabía y ella tenía que aguantar. En ese momento, Mara pensó un cuchillo que estaba arriba de la mesa y se sintió condenada.

Cuando llegó al Comedor donde una maestra muy joven enseñaba a escribir tres veces por semana, en seguida le dieron una hoja, y le dieron un lápiz, y la pusieron a hacer unos dibujos que terminaban en letras. La cara le dolía ahí donde se le había juntado la sangre en un charquito negro verde. Pero cuando se puso en la boca el gusto de la madera del lápiz, le pareció que dolía menos. A poco pidió que le enseñaran las palabras que más ganas tenía de decir: mujer, abrazo, hijos, compañero, ayudar, abuso, rabia. Y la más difícil de todas: deseo.

Mientras dibujaba una letra tras otra, sudando ríos y desenredándose los dedos, “Lento, pero posible”, pensó. Y fue como si pensara por primera vez.

domingo, 25 de julio de 2010

Llueve sin culpa

Llueve de mala fe. A propósito. Con mala leche.
Llueve oscuramente. Nadie que no tenga reloj podría sospechar que son las cuatro de la tarde.

-¿Usted es cliente nuestro? - pregunta el hombre de la voz estúpida.
- Si- respondo, mientras calculo si insultarlo o no.

Pero, en fin, es la única remisería que hay en veinte cuadras a la redonda. Hace tres semanas que llamo casi diariamente, y después de pedirme los datos, infaliblemente, hace la pregunta, con tono inquisidor, alerta, desconfiad: ¿Es usted cliente?

Nadie podrá negar jamás que este hombre es un boludo.
- Hay diez minutos de demora -, agrega.
Accedo y me dispongo a esperar.

Pasaron veinticinco minutos e intento desesperadamente comunicarme con la maldita remisería, con total impotencia y nulos resultados. Finalmente decido nadar tres cuadras hasta la parada del colectivo.

Al momento de salir estaciona un auto en la puerta. Por la hendija del vidrio llega la pregunta: - ¿Remís? –

Últimamente las cosas no vienen saliendo bien, y situaciones como esta instalan en mí la sensación de que todo va a empeorar por siempre.
Subo al auto dispuesto a hacer justicia. Antes que diga nada, el chofer empieza a explicar:
- Le pido mil disculpas… me dieron mal la dirección… y encima con esta lluvia no se ve nada, ¿vio?
- Dígame una cosa, al que atiende el teléfono, ¿Quién lo puso ahí? ¿Se lo olvidó alguien…? ¿Lo medican mal? ¿Cómo es…? -
- Mire, ya varios pasajeros me dijeron lo mismo…le pido disculpas, es medio lerdo, ¿vio? –

Este hombre me pide disculpas. Indudablemente, la mala racha sigue. Alguien maleducado, prepotente, hubiese sido ideal. Podría haber condensado en él la falta de guita, de trabajo, de respeto… pero no. Es un hombre mayor, amable. Maneja mal y tiene manos de albañil. Seguramente llegó al remís de última, como tantos.

Le explico el camino y me dedico a contemplar la tormenta.
Sobre el tablero lleva una pilita de volantes de propaganda: “Remisería Don Bosco – Puntualidad y Servicio”. En otro momento me causaría gracia.
Es evidente que el silencio lo incomoda. A las pocas cuadras tantea:
- Con este tiempo se complica todo…
- Ahá –, no puedo no contestarle.
- Yo, ahora lo dejo a usted, y ya me voy para casa, porque tengo que llevar a mi nietita al hospital -.
No tengo ganas de hablar, pero le sigo la corriente:
- Se está inundando todo… ¿no le conviene dejarlo para otro día? -
- No puedo, porque si perdemos el turno con el especialista, después pasa como un mes, ¿vio? -.
- ¿Especialista en qué?
- Cardiólogo. Es mi nietita menor. Se llevan dos años. Son hermosas las mocositas. Los médicos ya me dijeron. Hay sesenta por ciento de que se muera y cuarenta de que se salve. La operación no la garantizan, ¿vio? –

Y de repente, es como si hubiese dejado de llover.

Le pregunto de qué hospital se trata, quien la atiende. Le cuento que tengo amigos y parientes médicos, que tal vez… no se.
Me agradece y me cuenta que están en buenas manos. Habla sereno.
- Yo le digo a mi mujer y a mi hija que tienen que estar fuertes, porque las criaturas se dan cuenta, ¿vio? -.
Pago el viaje y le deseo suerte, mientras estrecho su mano.

Entro a casa, los niños duermen con sonrisa de ángel. Afuera, llueve sin culpa. Los tapo, y les doy un beso, secretamente avergonzado.

"El indigente", Javier Alfaro Martínez

Una madrugada, durante el trayecto de mi casa al trabajo, al pasar el taxi en el que viajaba por una esquina de una calle a penas alumbrada, visualice a una mujer que vestía en forma atrevida pero con cierta elegancia.

Por la manera en que estaba parada daba a pensar que se dedicaba a dar servicios sexuales, pero se veía tan refinada que me hizo recordar a las hetarias, esas cortesanas griegas que gozaban de privilegiada educación y nivel social y proporcionaban placer al estilo de las geishas japonesas.

Al recorrer con la vista su bien proporcionada silueta, coincidió su mirada con la mía; fue un instante pero quedé prendado de ella desde ese momento.
La volví a ver a la mañana siguiente. Nuevamente nuestras miradas se cruzaron pero esta vez me obsequio una sonrisa que me hizo perder la noción de la realidad.

En los días posteriores no la vi. Tal vez estaba en servicio, o tal vez no tuvo ganas de salir a proporcionar placer, o tal vez estaba enferma, ¡eso fue lo que pensé, pero los días transcurrieron y no volvió a aparecer. Deje de ir a trabajar por quedarme cerca de esa esquina para ver si en algún momento del día aparecía, pero eso no sucedió.

De hecho no recuerdo cuando fue la última vez que fui a mi casa, ni cuando tuve mi último aseo personal, ni cuando fue la última vez que probé un alimento en buen estado; ahora sólo miro inerte a las personas pasar por esa esquina arrojándome unas cuantas monedas o algún sobrante de comida…

domingo, 18 de julio de 2010

400 Revueltos

Suele definirse identidad como aquellos rasgos propios de un individuo o de una comunidad, y esto no es otra cosa que la conciencia que tenemos de nosotros mismos, aquello que nos define.

Por ejemplo, si te digo que hoy transmitimos en vivo desde la ciudad de las diagonales, a pocos habrá que aclararle de qué estoy hablando. La ciudad de La Plata tiene una identidad claramente definida en toda su arquitectura y no sólo el trazado de calles y plazas, su efervescencia cultural, su movimiento político y social. Histórico y actual…

Y como parte integrante de ese movimiento cultural y sociopolítico, Estación Sur, la 91.7 que nos invita, nos recibe, nos atiende… estamos profundamente agradecidos a esta radio hermana.

Una radio con rasgos de identidad muy fuertes, que la definen en contra del abuso, de la explotación, de la injusticia. A favor de las organizaciones comunitarias, de la cultura popular, de la comunicación libre… es impresionante el trabajo que están haciendo por la constituyente social, la ley de puntos de cultura… por algo estamos juntos hoy acá.

Pocas cosas más importantes que la identidad en la vida…
Y conocer esa identidad siempre entraña una búsqueda
Creo que estamos asistiendo a un momento de profunda búsqueda colectiva.

¿La sanción de la ley de matrimonio igualitario no será reflejo de la búsqueda de una sociedad mejor?

Una ley de Servicios de Comunicación Audiovisual emanada del trabajo de cientos de organizaciones, durante años, también puede significar la búsqueda de una sociedad más justa, a través de ese derecho esencial, ese derecho humano, que es la comunicación.

La ley de glaciares, tardía y cuestionable, busca proteger esos reservorios invaluables del avance criminal de las mineras, que siembran muerte a fuerza de explosivos y cianuro. Esperamos que sea el primer paso de una búsqueda superior: Hay que desterrar la minería a cielo abierto de nuestro país.

La de esta noche, es, de alguna manera, una búsqueda. Venimos buscando encuentro, emociones, sonidos que hablan y palabras con música… Venimos buscando compartir este programa número 400
Con el oyente que se hace parte, con artistas fieles a su obra y comprometidos con ella, con 41 radios que nos suman a su programación con generosidad. 400 programas desde aquél 11 de Noviembre de 2001 en que Fm La Tribu nos permitió hacer algo parecido a un programa de radio. Un revuelto de sonidos e ideas, una manera de sentir esta forma de comunicación. Cómo no agradecer a quienes comparten esta búsqueda.

Son búsquedas que regocijan, búsquedas que alimentan el alma. Pero claro, cuando uno busca, a veces encuentra y a veces no.

Están las otras búsquedas, las que duelen, las que frustran…
Busquedas que nos definen por acción o por omisión…
Dieciséis años llevamos buscando justicia desde aquella mañana en que la bomba en la AMIA sembró 85 ausencias entre nosotros.
También somos eso…somos los que no están...
Somos memoria.
Somos condena a las bestias.
Somos, especialmente hoy en querida ciudad de La Plata, la ausencia y búsqueda de Julio López.

"Empezando por él", Adrián Ferrero

"Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y son...". No, de nuevo. "Una, dos, tres, cuatro, cinco y son miles y miles y miles y no olvidarse del lucero y de Venus y de los dragones que nadie ve, pero que flotan por el universo, nadando con sus miles de aletas verdes".

Lucio contó la última estrella empezando de acá y se volvió a perder. ¿Cómo contar algo incontable, algo que crecía a cada momento? No se rindió. Algo similar le había ocurrido muchos años atrás, cuando iba a las lejanas playas de Mar del Plata con sus padres. Sentado en la orilla, escudriñando las olas para ver si traían algún regalo de las profundidades, alguno de esos seres enormes de color gris con aletas y tentáculos que sobresalían y triscaban el agua a su paso.

"Una, dos, tres y son mil más...". Lucio se dijo "basta", se sentó medio enojado y medio feliz, por no poder hacer algo que quería, pero por no hacer más algo que lo molestaba.

Apoyó la nuca contra un promontorio y estiró las piernas muy lejos, donde casi las perdía de vista. Miró el cielo, cada vez más profundamente, procurando penetrar en todos los misterios que ese sitio, por llamarlo de algún modo, escondía. Ver el cielo era como ver el mar. Algo hondo, inconmensurable, azulado, impenetrable, salvaje, poblado por una multitud de ¿seres? ¿objetos? ¿quién podía saberlo?

Un tío le había hablado de unos aparatos llamados telescopios, que tenían una lente potentísima y que permitían observar de cerca lugares muy distantes. Pero esa noche decidió que estaba muy cansado. Quizás por la cantidad de intentos fallidos, quizás por su impaciencia. Decidió que esa noche era el momento de mirar todo tal cual era, todo tal como estaba, sin pensar en amplificar las magnitudes. Hasta donde pudiera, hasta donde se lo permitiera la profundidad de sus ojos.

Y un ojo se hizo grande, y las orejas se abrieron como esponjas para dejar entrar el canto de los grillos que ululaban como tribus africanas. Y Lucio miró y miró y oyó y oyó. Y desde el fondo de las galaxias se acercaron seres de trompetas enormes con brazos de donde colgaban estalactitas. Y de muy lejos llegó una carroza tirada por cuatro peces diamante que no tenían nombre porque no los conocía. Y un bicho largo como cuarenta serpientes cayó sobre el pasto haciendo un chasquido o chapoteo o azote y se hundió en la tierra abajo, abajo. Y un ser mitad alfombra, mitad penacho, voló sobre su cabeza haciendo círculos y le dejó no sé cuántos mensajes que él no supo descifrar porque su lengua era ignota.

A todos estos episodios siguió la calma. Una calma que no anunciaba nada y a la que nada proseguía. Una calma transparente donde Lucio pudo sentir sobre su piel el brillo noble de los astros: la luz blanca de la luna rebotando en sus antebrazos; los hilos brillantes de las estrellas que se desparramaban por su pelo entrando y saliendo de los rulos; el viento envolviendo sus ropas que crecían y se hinchaban hacia arriba y hacia abajo, como si respiraran; la magia de la noche estable en su espectáculo.

Y por último Lucio Linares hundió las narices en el pasto, se bebió todo el vapor de la llanura y, acostado como estaba, se acordó de que todos los Linares se habían muerto maldiciendo a sus padres y que eso no era justo para una estirpe y que cuando llegara el momento de dejar este mundo, él, Lucio Linares, el último de los Linares en esta patria, moriría sobre una sábana roja y blanca, adorando al mar, al cielo, al ulular de los vientos y a las aves, y que su último suspiro sería la última palabra de la noche.

Así, seguro como estaba, se durmió, sin saber que desde muy, muy alto, alguien había contado "uno" empezando por él.

domingo, 11 de julio de 2010

Matrimonio igualitario y represión ilegal: La Iglesia y sus discursos extremos

El tipo, muy educado y ejemplar padre de familia, sostiene sus ideas como verdades dogmáticas. Está convencido que el mundo es lo que él piensa que debe ser el mundo y no pierde oportunidad de decir en cuanta reunión de amigos o de trabajo, que si le dan el gobierno y una ametralladora, arregla el país en un mes. El tipo viste de traje y lleva a sus hijos a catecismo, no le importa qué pasó en el país en los setenta, era muy chico, sólo sabe que hubo muchas víctimas del terrorismo, que de golpe explotaba una bomba en una escuela hasta que los milicos pusieron orden. Eso es así, aunque ahora los zurdos cuenten otra historia.

El tipo son muchos tipos, en diferentes clases sociales y con distintas ocupaciones. Pero no tantos, y eso me deja soñar una tierra mejor. Tristemente hay que escucharlos, ayer y hoy.

En Córdoba, el Presbítero Raúl Beltrán celebraba misa en presencia de varios oficiales procesados junto al general Luciano Benjamín Menéndez. Comenzaba el mes de Mayo de 1986 y decía, entre otras cosas:

"Dos instituciones fundamentales de la Patria están siendo atacadas; las Fuerzas Armadas y la Iglesia. Sin Fuerzas Armadas no hay Patria, y sin Iglesia, sin Cristo presente en medio de ella, tampoco puede haber Patria. Hay una campaña muy grande de desprestigio contra ambas instituciones. Incluso, cuando so pretexto de justicia se está persiguiendo la venganza o el desprestigio".
Treinta y pico de años después, las mismas lacras, los defensores de la moral perversa y del orden natural, que naturalmente debería ser libre mientras no se lesionen derechos. Los tipos hablan de guerra.
Los genocidas Videla y Menéndez, justifican el exterminio del “enemigo”, el cardenal Bergoglio nos anuncia que estamos presenciando una “guerra contra Dios”, en el ataque a la sagrada institución del matrimonio.
Si algo los une, es el fenomenal tamaño de su odio. Odian más allá de lo imaginable. Unos dieron la bendición a las armas con los que los otros asesinaron una generación, torturaron, robaron pibes a los que le dieron esa familia que tanto defienden. Hipócritas.
Deben saber genocidas y cardenales, que esto no es una guerra. Como no lo fue aquella. Deben saberlo periodista, albañil, gerente, médico o verdulero que piensa o le hacen pensar que puede existir un derecho natural que niegue igualdad de derechos. Cualquier paso hacia la igualdad será siempre un paso hacia una sociedad mejor.
No se asusten padres y madres de familia ejemplares, nadie quiere destrozar esa familia. Se trata de mujeres y hombres que luchan democráticamente por sus derechos, por una sociedad mas elevada, más digna.
Y nosotros acompañamos con toda nuestra fuerza, porque también soñamos con una sociedad sin lugar para las bestias.

"Almas con olor a cebolla", Cecilia Courtoisie Nin

Esta mujer tiene algo especial en las manos. Sus dedos gruesos hablan. Sus uñas negras, los nudillos apenas deformados. La resequedad de la piel.
Aprieta el cuchillo entre los dedos y corta la zanahoria casi sin esfuerzo. Pedazos chiquitos para la sopa. Calabaza, puerro, cebolla. Bandejitas de verdura en juliana.
Buen día ¿me da una banana? ¿una sola? Sí. Dos pesos. ¿Dos pesos? Por unidad es más caro. Bueno. ¿Algo más va a llevar? No, nada más, gracias.
Detrás de la expresión seria, un dolor atrasado. El estómago oprimido se oculta bajo la redondez del cuerpo. Cuerpo cansado. Lento.
Lejos quedaron los días de críos en la espalda. De palabras crueles de gente igual, pero con otra vida. Lejos, pero más presente que nunca.
Los anhelos se arrancan de los azotes recibidos, los sueños deformados por lágrimas imperceptibles. Inaceptables. El pecho que se incendia con la naturalidad del aire y trasmite en esa fuerza, generación tras generación, el sabio sigilo de la lucha imperecedera.
La victoria descalza deja huellas en la planta del pie.
La angustia en silencio. El silencio que asume la rabia del otro, la absurda intolerancia.
Los huesos sufren, pero se callan.
¡Deja las ciruelas quietas! Gabriel, vigila a tu hermano. ¿Qué le doy, señor? ¿un kilo? Los zapallitos dos kilos cinco pesos. Un kilo, tres. ¡Gabriel, vigila a tu hermano te he dicho! El brócoli se lo dejo dos con cincuenta porque no vino bueno. ¡Quita tu mano de allí te he dicho! ¡Gabriel! El tomate de oferta se ha acabado, tiene esos a cuatro pesos. ¡Gabriel!
Muchos siglos esperando la esperanza. Con la esperanza a cuestas se sueña distinto, se lucha distinto, la dignidad es posible.
El día empieza mucho antes si se hacen trámites.
Filas eternas de personas que acampan, en busca de un sueño deseado por obligación. Dejar de pertenecer para ser de otra parte. Colas inacabables por una identidad legal. Prueba indeleble del exilio.
Madrugadas enteras desperdiciadas en un papel. Punto de partida de una aparente vida nueva. Sudamérica, hermanos latinoamericanos. Buenos Aires, la utopía disfrazada de anhelos tangibles. Sábanas limpias, un trabajo digno. ¿Digno de quién? ¡Sudamérica! ¿hermanos latinoamericanos?
La Patria Grande.
Falta la partida de nacimiento. Pero yo he traído todo. Todo no, le falta la partida legalizada en su país de origen. Pero yo he traído todo lo que me han dicho ustedes. ¿No entiende lo que le digo, señora? Falta la partida legalizada. A ver, ¿de dónde es usted? ¿y tiene familia allá? Bueno, mándeles la partida para que le hagan el trámite y vuelva otro día. Ya vine cinco veces. ¡Le falta la partida, señora! Vuelva otro día, hoy no puedo hacer nada.
Otra vez el silencio.
Las manos de esta mujer tienen algo. Hablan. Cuentan su historia.
Llega a casa cuando la noche está avanzada, con sus hijos de las manos. El más pequeño quizás en brazos. Abierta al reencuentro que la espera puertas adentro, donde todo está en calma.
La familia unida, por el exilio, por la historia compartida, por el porvenir que están creando. La familia toda, completa, los que ya están, los que van llegando.
La esperanza contenida en los sabores que pasan de mano en mano, hombres y mujeres, núcleo inseparable, inquebrantable. El aroma de los otros que allá están, que son pero no son. Desconocidos de la misma raza, humanos, seres que explotan de vida, de angustia, de anécdotas que son distintas y tan iguales. Rituales que son de todos y que ellos se llevaron a otra parte. Rituales compartidos a la distancia con aquellos que aún luchan en la tierra que los trajo. Pacha al rojo vivo que guarda en frasquitos los vientos huracanados.
Puertas adentro el alma se reconstruye, se comprende. Puertas adentro de casa, y del país que una vez fue nuevo.

domingo, 4 de julio de 2010

Ilusiones rotas

Todo tipo de comentarios. Explicaciones, quejas. Muchos “yo te dije…”. Casi todos con la fórmula que hubiera dado los mejores resultados. “Temporalmente hablando, la permanencia en Sudáfrica duró tan sólo una semana menos de lo esperado”, dice mi amigo y se gana miradas que duelen. Justamente una semana decisiva en la ilusión casi ciega que supimos alimentar, algunos en el mismo momento en que Diego aceptó conducir el equipo, otros, con mucho esfuerzo y casi por la obligación de sueño de gloria que debe acompañar la participación de la selección en cualquier contienda, ni te cuento en un Mundial.

La cuestión es que, pese al esfuerzo, no se pudo más que lo que se logró. Se hablará mucho sobre la continuidad o no de Maradona, pero es momento de revisar seriamente otras continuidades. Osvaldo Bayer, supliendo la mediocridad de la mayoría de los cronistas deportivos, a excepción de unos pocos muy buenos y queridos; escribió en Página 12 sobre la necesidad de aprender de la experiencia y, sobre todo, la necesidad de cuestionar ciertos personajes perpetuados y con gran responsabilidad en que el fútbol profesional esté lejos de la pasión de la gente, en más, se valga de esa pasión, para ser un sinfín de negociados turbios.

No hace falta aclarar que Bayer está hablando de Grondona, el tipo que, cómo la ley de radiodifusión, está vigente desde la dictadura, pero a diferencia de ésta, nadie propone cambiarlo. El tipo que sabiendo que las cosas venían mal recurrió a Maradona, a lo que el mejor jugador de la historia significa para todos nosotros. Y con esa ilusión consolidar su permanencia en el manejo de la AFA. Es cierto que las ganas y los sueños de Diego, no permitieron que se negara a la propuesta y Grondona pudo tapar, otra vez, la falta de proyecto de tantos años. O mejor dicho, el único proyecto: un fútbol que hace millonarios a pocos destruyendo los clubes. Los grandes y chicos por igual.

Contra todo pronóstico, los hermanos uruguayos son los únicos que representan a nuestro continente en la última semana del Mundial. Han cumplido de sobra, y ojalá hagan historia.

Pero muy a pesar de estar atravesado de personajes oscuros, ser utilizado con fines espurios, aplicar violentamente en su estructura la desigualdad que vive el mundo, el fútbol tiene la magia de enamorar las almas más nobles, de provocar sensaciones únicas en una gambeta o un penal atajado. Esas pequeñas cosas que hicieron del fútbol parte del ADN cultural de nuestra patria y que, como otros ADNs, está contaminado adrede para preservar privilegios.

"Regalo sospechoso", Diego Muñoz Valenzuela

Era un paquete enorme, delicadamente envuelto en papel celofán verde y ornamentado con un abultado moño de cinta roja.

Lo abrí con recelo, pensando en alternativas desagradables: bombas de tiempo, perros muertos, lavadoras descompuestas, esculturas modernas.

Errores todos ellos. Era un hermoso caballo de madera tallado y barnizado al natural, sostenido sobre una plataforma rodante. El Caballo de Troya, pensé.

Tenía la pata izquierda levantada, eso le otorgaba movimiento y elegancia. Del recelo pasé al temor, y de allí al sobrecogimiento. ¿Qué oscuro enemigo podía haber ideado este plan homérico en mi contra? Repasé la lista y eso me tomó un buen tiempo. Todos podían haber sido; no pude descartar a ninguno.

Ahora, qué contenía el caballo, ésa era la pregunta. Me aproximé con cautela y golpeteé la madera con los nudillos. Madera maciza. O interior repleto de explosivos plásticos. O cobalto radiactivo, para eliminarme lentamente. O una masa de arácnidos letales. No había tarjeta ni indicación de remitente.
Me subí sobre el regalo. Instantáneamente echó a rodar por el mundo. Me llevó lejos, a lugares maravillosos y desconocidos. Muy tarde comprendí la trampa, pero ya era feliz.

domingo, 27 de junio de 2010

Un tal Paco

Algunos tipos me generan un profundo respeto y cariño.
Respeto por coraje, por voluntad, por inteligencia… y cariño por su enorme calidad humana.

“Paco” Roig, así lo conocen todos, nació en 1920. A los 15 años se afilió al partido comunista desde dónde defendió sus ideales sin renuncios. Paco fue colega, ya que mantuvo un ciclo radial por más de veinte años, pero también fue poeta capaz de cantarle al amor y a la lucha con la misma intensidad.
¿Y no será que la lucha es una forma de amor?

Solía recordar Paco, cuando a alguno algo le dolía, aquella vez en que pudo soportar una tremenda paliza en la comisaría, recordando los ojos de una muchacha. De él habré aprendido que en la mirada se descrubre el alma.

En plena guerra civil española, Paco trabajaba activamente en el movimiento de solidaridad con los republicanos. Subía a los tranvías junto con dos chicas que repartían claveles rojos a cambio de alguna colaboración, mientras él contaba las penurias que sufría el pueblo español. El gobierno de Agustín P. Justo lo encarceló en Devoto por 21 días, por “mendicidad y vagancia”. A él no le importó, sabía que con cada clavel iba el deseo de un mundo distinto.

Pero ese sueño, y la acción por vivirlo, le trajeron momentos duros. En el 43´ lo trasladaron al penal nro.9 de Neuquén. Ese fue uno de los presidios más duros y Paco lo contó en el libro “Los presos de Neuquén”. Picana, hambre, frío… pero nada alcanzaba para quebrarlo. Contaba el tipo: “entré con 76 Kg. y salí con 45, pero no había que ceder, había que avanzar, y así llegamos a festejar el 1º de Mayo en el patio de la cárcel…” Lo contaba con una sonrisa, y siempre en plural, siempre los compañeros.

Con todo esto encima, cárcel, tortura, exilio, clandestinidad, no bajó los brazos nunca y, sobre todo, nunca dejó de sonreír…

Hace algunos días atrás, “Paco” Roig se nos fue. Dejó un libro con sus memorias llamado “Latidos de una vida militante”. Inmejorable título para la vida de quien para el sistema es un utópico perdedor.

Mientras pienso en Paco, en su lucha, se me cruzan Darío y Maxi, y tantos otros. ¿Cuántas cosas habrían logrado esos tipos con 75 años de militancia? No lo sabremos. Sencillamente porque no los dejaron vivir. Ocho años de impunidad… El máximo responsable de esos crímenes se prepara para las elecciones del año próximo. Otro de los que tendría que dar explicaciones, es hoy Jefe de Gabinete.

Las imágenes se suceden, las caras de Darío y Maxi, la represión en Bariloche y el nombre de Diego Bonefoi, el pibe de quince años fusilado de un tiro en la cabeza. El paralelo es inevitable… pibes jóvenes, víctimas de la exclusión, de la desigualdad, acribillados por la policía, cuando se revelan ante tanta injusticia.

Paco dedicó toda su vida a que las cosas cambien…Soñaba otro mundo, lo intentó con otros tantos. Darío, Maxi y Diego siguen muriendo porque las cosas no cambian.

Seguramente Paco se fue con un dejo de tristeza al ver que ganó el individualismo y la desigualdad, pero por los mismos motivos que lo llevaron a no abandonar la lucha durante toda su vida, en el final, con la sonrisa de siempre, seguramente se alegró por los claveles repartidos en el tranvía, por todos los primeros de mayo con los compañeros y porque hay mucha gente de mirada limpia, comprometida y utópica que seguirá intentando, de mil maneras, cambiar este mundo.

Fragmento de "Antes del Fin", Ernesto Sábato

Me acabo de levantar, pronto serán las cinco de la madrugada; trato de no hacer ruido, voy a la cocina y me hago una taza de té, mientras intento recordar fragmentos de mis semisueños, esos semisueños que, a estos ochenta y seis años, se me presentan intemporales, mezclados con recuerdos de la infancia.
Nunca tuve buena memoria, siempre padecí esa desventaja; pero tal vez sea una forma de recordar únicamente lo que debe ser, quizá lo más grande que nos ha sucedido en la vida, o que tiene algún significado profundo, lo que ha sido decisivo -para bien o para mal- en este complejo, contradictorio e inexplicable viaje hacia la muerte que es la vida de cualquiera.
Por eso mi cultura es tan irregular, colmada de enormes agujeros, como constituida por restos de bellísimos templos de los que quedan pedazos entre la basura y las plantas salvajes. Los libros que leí, las teorías que frecuenté, se debieron a mis propios tropiezos con la realidad.
..... Cuando me detienen por la calle, en una plaza o en el tren, para preguntarme qué libros hay que leer les digo siempre: "Lean lo que les apasione, será lo único que los ayudará a soportar la existencia".
..... Por eso descarté el título de Memorias y también el de Memorias de un desmemoriado, porque me pareció casi un juego de palabras, inadecuado para esta especie de testamento, escrito en el período más triste de mi vida. En este tiempo en que me siento un desvalido, al no recordar poemas inmortales sobre el tiempo y la muerte que me consolarían en estos años finales.
..... En el pueblo de campo donde nací, antes de irnos a dormir, existía la costumbre de pedir que nos despertaran diciendo: "Recuérdenme a las seis". Siempre me asombró aquella relación que se hacía entre la memoria y la continuación de la existencia.
..... La memoria fue muy valorada por las grandes culturas, como resistencia ante el devenir del tiempo. No el recuerdo de simples acontecimientos, tampoco esa memoria que sirve para almacenar información en las ahora computadoras: hablo de la necesidad de cuidar y transmitir las primigenias verdades.
..... En las comunidades arcaicas, mientras el padre iba en busca de alimento y las mujeres se dedicaban a la alfarería o al cuidado de los cultivos, los chiquitos, sentados sobre las rodillas de sus abuelos, eran educados en su sabiduría; no en el sentido que le otorga a esta palabra la civilización cientificista, sino aquella que no ayuda a vivir y a morir; la sabiduría de esos consejeros, que en general eran analfabetos, pero, como un día me dijo el gran poeta Senghor, en Dakar: "La muerte de uno de esos ancianos es lo que para ustedes sería el incendio de una biblioteca de pensadores y poetas". En aquellas tribus, la vida poseía un valor sagrado y profundo; y sus ritos, no sólo hermosos sino misteriosamente significativos, consagraban los hechos fundamentales de la existencia: el nacimiento, el amor, el dolor y la muerte.
..... En torno a penumbras que avizoro, en medio del abatimiento y la desdicha, como uno de esos ancianos de tribu que, acomodados junto al calor de la brasa, rememoraran sus antiguos mitos y leyendas, me dispongo a contar algunos acontecimientos, entremezclados, difusos, que han sido parte de tensiones profundas y contradictorias, de una vida llena de equivocaciones, desprolija, caótica, en una desesperada búsqueda de la verdad.

domingo, 13 de junio de 2010

La niebla

La abuela, de a poco, dejó de ser la misma. Ya no iba a su casa los domingos con las vainillas como gran regalo que tanta bronca le daba por lo escaso e imposible de comparar con la belleza de los regalos de otras abuelas. La bronca se fue esfumando, transformada en más amor, cuando los años le permitieron entender que, comprados los remedios que la abuela necesitaba, y la poca comida para el mes, unas vainillas por domingo era lo más que podía traerle.
Pero el tiempo, además de agregarle años y dejarlo sin las vainillas, le cambió a la abuela. Ahora es él quien va a visitarla, aunque sin la constancia semanal que prodigaba la abuela, a lo sumo dos veces al mes. No se vive con los mismos tiempos en estos días.
Visitar a la abuela es saludar a sus compañeros en el hogar, intentar despegar de los más cariñosos, esos que hace mucho no reciben a nadie, para estar un buen rato contemplando a la abuela como contempla su mundo. Intentar entrar en ese mundo es tarea imposible. A veces ve a como su madre llora a escondidas por la abuela, pero ella parece estar bien y a veces parece no estar.
Observando la mirada perdida de la abuela, un día se puso a escribir: La niebla lo invade todo. Este cuarto que no eligió, este mundo que no es el suyo, estos ojos desconocidos que la miran y la buscan, y que aseguran conocerla. Acá la niebla. Más allá, también la niebla.
Sobre sus manos viejas como piel de papel, en los ojos alejados, en los huesos de antiguo barro valiente, todavía caminante. Y en el medio de toda la niebla, ella. Ella de espaldas a las ventanas derrumbadas de su presente baldío. De frente al abismo de su pasado, al velatorio continuo de sus memorias desvencijadas, famélicas, suicidas. A veces un sorbo de sol tibio la separa de la niebla y una lucidez con vida de mariposa de dos segundos, desesperada y heroica, consigue traer a sus padres, juntar nombres con rostros, revivir un domingo hecho del tiempo en el que su amor está siempre vivo, en el que siempre hay baile y en donde siempre hay risa, y en donde siempre es feliz como era. Un instante más y la mariposa caerá aplastada bajo el plomo implacable de una niebla invencible. Beso su mejilla, ya incalculablemente distante. Me pregunta quien soy. La niebla, otra vez, lo invade todo.
La historia no es única historia. En nuestra patria hay entre 300 y 400 mil casos de alzheimer. Se lo considera uno de los problemas sanitario, social y cultural más importante de nuestro tiempo y las cifras para el futuro no son alentadoras. Nadie está preparado para despojarse de a girones de uno mismo, tal vez sin saberlo, quién sabe. Mucho menos quienes aman a alguien están preparados para vivirlo, cuidarlo y acompañar.
Mira a la abuela, sola en el rincón… quién sabe si está sola o ríe con los amigos de su infancia. Se le humedecen los ojos recordando las tardes con la abuela de la mano yendo a tomar la leche. Y no sabe que hacer, él solo sabe cantar…

"La Piedra", Ernesto Guevara

Me lo dijo como se deben decir estas cosas a un hombre fuerte, a un responsable, y lo agradecí. No me mintió preocupación o dolor y traté de no mostrar ni lo uno ni lo otro. ¡Fue tan simple!
Además había que esperar la confirmación para estar oficialmente triste. Me pregunté si se podía llorar un poquito. No, no debía ser, porque el jefe es impersonal; no es que se le niegue el derecho a sentir, simplemente, no debe mostrar que siente lo de él; lo de sus soldados, tal vez.
—Fue un amigo de la familia, le telefonearon avisándole que estaba muy grave, pero yo salí ese día.
—Grave, ¿de muerte?
—Sí.
—No dejes de avisarme cualquier cosa.
En cuanto lo sepa, pero no hay esperanzas. Creo.
Ya se había ido el mensajero de la muerte y no tenía confirmación. Esperar era todo lo que cabía. Con la noticia oficial decidiría si tenía derecho o no a mostrar mi tristeza. Me inclinaba a creer que no.
El sol mañanero golpeaba fuerte después de la lluvia. No había nada extraño en ello; todos los días llovía y después salía el sol y apretaba y expulsaba la humedad. Por la tarde, el arroyo sería otra vez cristalino, aunque ese día no había caído mucha agua en las montañas; estaba casi normal.
—Decían que el 20 de mayo dejaba de llover y hasta octubre no caía una gota de agua.
—Decían... pero dicen tantas cosas que no son ciertas.
—¿La naturaleza se guiará por el calendario? No me importaba si la naturaleza se guiaba o no por el calendario. En general, podía decir que no me importaba nada de nada, ni esa inactividad forzada, ni esta guerra idiota, sin objetivos. Bueno, sin objetivo no; solo que estaba tan vago, tan diluido, que parecía inalcanzable, como un infierno surrealista donde el eterno castigo fuera el tedio. Y, además, me importaba. Claro que me importaba.
Hay que encontrar la manera de romper esto, pensé. Y era fácil pensarlo; uno podía hacer mil planes, a cual más tentador, luego seleccionar los mejores, fundir dos o tres en uno, simplificarlo, verterlo al papel y entregarlo. Allí acababa todo y había que empezar de nuevo. Una burocracia más inteligente que lo normal; en vez de archivar, lo desaparecían. Mis hombres decían que se lo fumaban, todo pedazo de papel puede fumarse, si hay algo dentro. Era una ventaja, lo que no me gustara podía cambiarlo en el próximo plan. Nadie lo notaría. Parecía que eso seguiría hasta el infinito.
Tenía deseos de fumar y saqué la pipa. Estaba, como siempre, en mi bolsillo. Yo no perdía mis pipas, como los soldados. Es que era muy importante para mí tenerla. En los caminos del humo se puede remontar cualquier distancia, diría que se pueden creer los propios planes y soñar con la victoria sin que parezca un sueño; solo una realidad vaporosa por la distancia y las brumas que hay siempre en los caminos del humo. Muy buena compañera es la pipa; ¿cómo perder una cosa tan necesaria? Qué brutos.
No eran tan brutos; tenían actividad y cansancio de actividad. No hace falta pensar entonces y ¿para qué sirve una pipa sin pensar? Pero se puede soñar. Sí, se puede soñar, pero la pipa es importante cuando se sueña a lo lejos; hacia un futuro cuyo único camino es el humo o un pasado tan lejano que hay necesidad de usar el mismo sendero. Pero los anhelos cercanos se sienten con otra parte del cuerpo, tienen pies vigorosos y vista joven; no necesitan el auxilio del humo. Ellos la perdían porque no les era imprescindible, no se pierden las cosas imprescindibles.
¿Tendría algo más de ese tipo? El pañuelo de gasa. Eso era distinto; me lo dio ella por si me herían en un brazo, sería un cabestrillo amoroso. La dificultad estaba en usarlo si me partían el carapacho. En realidad había una solución fácil, que me lo pusiera en la cabeza para aguantarme la quijada y me iría con él a la tumba. Leal hasta en la muerte. Si quedaba tendido en un monte o me recogían los otros no habría pañuelito de gasa; me descompondría entre las hierbas o me exhibirían y tal vez saldría en el Life con una mirada agónica y desesperada fija en el instante del supremo miedo. Porque se tiene miedo, a qué negarlo.
Por el humo, anduve mis viejos caminos y llegué a los rincones íntimos de mis miedos, siempre ligados a la muerte como esa nada turbadora e inexplicable, por más que nosotros, marxistas-leninistas explicamos muy bien la muerte como la nada. Y, ¿qué es esa nada? Nada. Explicación más sencilla y convincente imposible. La nada es nada; cierra tu cerebro, ponle un manto negro, si quieres, con un cielo de estrellas distante, y esa es la nada-nada; equivalente: infinito.
Uno sobrevive en la especie, en la historia, que es una forma mistificada de vida en la especie; en esos actos, en aquellos recuerdos. ¿Nunca has sentido un escalofrío en el espinazo leyendo las cargas al machete de Maceo?: eso es la vida después de la nada. Los hijos; también. No quisiera sobrevivirme en mis hijos: ni me conocen; soy un cuerpo extraño que perturba a veces su tranquilidad, que se interpone entre ellos y la madre.
Me imaginé a mi hijo grande y ella canosa, diciéndole, en tono de reproche: tu padre no hubiera hecho tal cosa, o tal otra. Sentí dentro de mí, hijo de mi padre yo, una rebeldía tremenda. Yo hijo no sabría si era verdad o no que yo padre no hubiera hecho tal o cual cosa mala, pero me sentiría vejado, traicionado por ese recuerdo de yo padre que me refregaran a cada instante por la cara. Mi hijo debía ser un hombre; nada más, mejor o peor, pero un hombre. Le agradecía a mi padre su cariño dulce y volandero sin ejemplos. ¿Y mi madre? La pobre vieja. Oficialmente no tenía derecho todavía, debía esperar la confirmación.
Así andaba, por mis rutas del humo cuando me interrumpió, gozoso de ser útil, un soldado.
—¿No se le perdió nada?
—Nada —dije, asociándola a la otra de mi ensueño.
—Piense bien.
Palpé mis bolsillos; todo en orden.
—Nada.
—¿Y esta piedrecita? Yo se la vi en el llavero.
—Ah, carajo.
Entonces me golpeó el reproche con fuerza salvaje. No se pierde nada necesario, vitalmente necesario. Y, ¿se vive si no se es necesario? Vegetativamente sí, un ser moral no, creo que no, al menos.
Hasta sentí el chapuzón en el recuerdo y me vi palpando los bolsillos con rigurosa meticulosidad, mientras el arroyo, pardo de tierra montañera, me ocultaba su secreto. La pipa, primero la pipa; allí estaba. Los papeles o el pañuelo hubieran flotado. El vaporizador, presente; las plumas aquí; las libretas en su forro de nylon, sí; la fosforera, presente también, todo en orden. Se disolvió el chapuzón.
Solo dos recuerdos pequeños llevé a la lucha; el pañuelo de gasa, de mi mujer y el llavero con la piedra, de mi madre, muy barato este, ordinario; la piedra se despegó y la guardé en el bolsillo.
¿Era clemente o vengativo, o solo impersonal como un jefe, el arroyo? ¿No se llora porque no se debe o porque no se puede? ¿No hay derecho a olvidar, aún en la guerra? ¿Es necesario disfrazar de macho al hielo?
Qué se yo. De veras, no sé. Solo sé que tengo una necesidad física de que aparezca mi madre y yo recline mi cabeza en su regazo magro y ella me diga: "mi viejo", con una ternura seca y plena y sentir en el pelo su mano desmañada, acariciándome a saltos, como un muñeco de cuerda, como si la ternura le saliera por los ojos y la voz, porque los conductores rotos no la hacen llegar a las extremidades. Y las manos se estremecen y palpan más que acarician, pero la ternura resbala por fuera y las rodea y uno se siente tan bien, tan pequeñito y tan fuerte. No es necesario pedirle perdón; ella lo comprende todo; uno lo sabe cuando escucha ese "mi viejo"...
—¿Está fuerte? A mí también me hace efecto; ayer casi me caigo cuando me iba a levantar. Es que no lo dejan secar bien parece.
—Es una mierda, estoy esperando el pedido a ver si traen picadura como la gente. Uno tiene derecho a fumarse aunque sea una pipa, tranquilo y sabroso ¿no?...

domingo, 6 de junio de 2010

PROGRAMA 394

Nos visitó Quique Sinesi, acompañado por el percusionista Carlos Rivero.
Nos presentó su último disco, "Cuchichiando", una cuidada selección de temas del Cuchi Leguizamón donde se puede apreciar la mirada personal del artista y su gran creatividad.



San Juan y Entre Ríos

No es para nada original que, aproximado al 7 de Junio, día del Periodista, intentemos desde este espacio un acercamiento al análisis de la tarea periodística en nuestros tiempos. Acercamiento que no es otra cosa que desandar algunas ideas para que sobre ellas, en igual o contrario sentido, podamos crecer en nuestros pareceres. Acercamiento sujeto a los tiempos de la apertura de este revuelto y, sobre todo, a los condicionamientos naturales de quien habla.
Es inevitable revisitar la historia y las actitudes de tipos como Rodolfo Walsh, referente de una época y de una manera de hacer periodismo. ¿Cuáles son los referentes hoy? ¿Cuáles tus referentes? No te pasa que al pensarlos ya te sale un éste si, pero… Como nunca, y bienvenido sea, la tarea periodística está cuestionada y la transformación, especialmente desde los 90, de la noticia en mercancía es una realidad combatida desde no pocas trincheras. La intromisión de intereses políticos y económicos torciendo el contenido informativo es una realidad que, de a poco, cada vez a más gente le parece intolerable.
Pensaba en el cruce de las avenidas San Juan y Entre Ríos, pensaba en esa esquina porteña como imagen para preguntarme qué es el periodismo o, mejor dicho, como puede el periodista pasar por esta profesión. Se puede pasar indiferente, camino a las labores del día. Se puede ir presuroso con la premura de quién va a cerrar un negocio muy conveniente y será la ética el bien a negociar. Se puede pasar sin saber muy bien por dónde y para qué ni por qué se está pasando. O bien, se puede transitar la esquina de San Juan y Entre Ríos con plena conciencia de que allí dejó su vida un tal Rodolfo Walsh, allí lo mataron porque el sistema no tolera tanto compromiso con el pueblo.
No hablo de periodismo como la tarea en la que se debe dejar la vida, estoy hablando de tener conciencia de que hubo tipos que lo hicieron levantando determinadas banderas tan necesarias en nuestros días. Banderas no comunes en los medios masivos y sí en tantos estudios de radios alternativas, redacciones pequeñas, o sitios de Internet.
Decía Walsh en el final de su carta abierta: “El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”. Creyeron que mataban estas ideas en la esquina de San Juan y Entre Ríos. No estén tan seguros…

"Los girasoles, una planta que causó desdicha", Daniel Calmels

No había escuela en Magdalena por aquellos tiempos, y los chicos en épocas de esperar la cosecha, salían a recorrer los alrededores del pueblo en busca de algún pájaro vistoso, piedras de colores o herraduras perdidas entre los pastos.
Fue un día de mucho sol, cuando un grupo de niños para no quemarse los ojos por el resplandor, comenzaron a caminar de espaldas.
—¡A ver quién llega más lejos sin darse vuelta! —decían, y a las risas y tropezones pasaron un largo campo arcilloso, mirando las marcas en la tierra que dejaban sus pies, fascinados, porque si bien sus piernas avanzaban, las huellas de sus pies retrocedían, viendo cómo sus pasos iban de donde venían. Hasta que unos sembrados de plantas como un pequeño bosque se toparon con sus piernas, y corrieron por ellos, pero esta vez con la vista al frente, saltando, esquivando y cayendo y saltando, hasta que el sol comenzó a irse antes de tiempo y todo se oscureció.
Cuentan que no pudieron volver, que anduvieron largos días perdidos entre esas plantas de cabeza y tronco, que nacidas de una siembra equivocada crecían y se multiplicaba sin destino. Cuentan que los chicos tenían el cuerpo lastimado de tanto sol en ese plantar de cabezas color oro: y que pasaron días alimentándose de sus semillas.
Fueron inútiles las recorridas que hicieron los mayores para encontrarlos. Confiados en las huellas que regresaban al pueblo los creían escondidos: temiendo volver a las casas por miedo a que los retaran.
Cuentan que los chicos tuvieron que pegarse a esas plantas para recibir el fresco húmedo del verde y para que el sol no llagara sus caras. Cuentan que de acercar sus cabezas a esa otra cabezota de granos, quedaron confundidos en la séptima salida del sol: y nadie nunca más pudo encontrarlos.
Desde entonces ese sembradío busca la luz. Una a una y a un mismo tiempo cada planta gira su rostro hacia el sol, tras ellas los niños se siguen ocultando y curan sus heridas.