domingo, 15 de agosto de 2010

Un cartonero en la radio

Tengo ganas de compartir la historia de una radio a partir de la historia de Juan. Porque Juan es el primer impulso, el esfuerzo y el sostenimiento de un sueño que, por momentos, la tristeza quiso apagar. Y entonces ahí aparece la convicción del deseo, el levantarse con la fuerza de intentarlo, el no permitir que esa tristeza gane, ni aún cuando se está cerca de tocar fondo.
Juan vivía en Misiones, juntaba como podía unos mangos para bancarse un espacio en radios del pueblo y a través de su programa desarrollar su vocación, que no era la de ser famoso como ocurre en tantos casos, sino poder, con la radio como medio, ayudar a los vecinos. Así organizó encuentros solidarios en “la plaza de los niños” en Puerto Iguazú,y empezó a pensar que un programa no alcanzaba, que tenía que lograr instalar una radio y desde ahí intentar cambiar algunas cosas.
Todo se fue haciendo difícil, todo esfuerzo no alcanzaba y la radio era un sueño que se iba alejando. La angustia atacó el cuerpo y, enfermo, Juan tuvo que viajar a Buenos Aires para tratarse. Se vino con la compañera y los hijos, los esperaba un lugar donde ubicarse en el barrio de Mataderos, más precisamente, en la Villa 15, la que conocemos como Ciudad Oculta. Ese fue el lugar para habitar y el cartoneo la actividad para sobrevivir.
Cuatro años. Una experiencia nunca imaginada: andar por la basura buscando esperanza, sentir la discriminación en cuerpo y alma, estar bajo la lluvia arrastrando un carro pesado, pero más pesada, la desazón y tristeza de mirar sobre la montaña de cartón jugueteando a los hijos. Las lágrimas se confunden con la lluvia cuando se toca fondo. Misiones se extraña, pero uno se va acostumbrando a vivir de esta manera. Y los sueños están ahí, para ser soñados o para intentar vivirlos.
Con esfuerzo, Juan Nuñez, acompañado de buena gente pudo comprar los equipos, el transmisor, y después la antena y los cables. Y una vez que estuvo eso, el depósito de cartón se transformó en estudio de radio. En la Av Eva Perón al 6600, en Mataderos, en la villa que conocemos como Ciudad Oculta, transmite FM LA MILAGROSA, la 100.9. Una radio comunitaria que trabaja en conjunto con Centros Comunitarios, Asociaciones Civiles, Iglesias, Comisiones Vecinales.
La producción, conducción y puesta al aire de la Radio está hecha por vecinos y representantes de las organizaciones. Una construcción comunitaria que nació del sueño y las ganas de un tipito en Misiones. Un sueño que, compartido con otros, y no sin problemas y contradicciones, va siendo una realidad.
Juan nos permite ser parte de Fm La Milagrosa contándonos algo de su historia e incorporando este revuelto de radio a la programación. Sabe que hay mucho por hacer y hay que sumar voluntades. No perdió la esperanza ni las ganas de cambiar un poco, un poquito al menos, el mundo de la manera que siente que puede hacerlo. O por lo menos intentarlo. No perdió la alegría que motiva, aún cuando no queda nada bajo los pies y tocás fondo. Ahí, donde nadie se puede acercar y ni siquiera hay soledad.

"Francisca y la Muerte", Onelio Jorge Cardoso

—Santos y buenos días —dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer.
¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo.
—Si no molesto —dijo—, quisiera saber dónde vive la señora Francisca.
—Pues mire —le respondieron, y asomándose a la puerta, un hombre señaló con su dedo rudo de labrador:
Allá por los matorrales que bate el viento, ¿ve? hay un camino que sube la colina. Arriba hallará la casa.

Así pues, echó y echó a andar la muerte por los caminos hasta llegar a casa de Francisca.
—Por favor, con Panchita —dijo adulona la muerte.
—Abuela salió temprano —contestó una nieta de oro, un poco temerosa, aunque la parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.
—¿Y a qué hora regresa? —preguntó la muerte.
—¡Quién lo sabe! —dijo la madre de la niña—. Depende de los quehaceres. Por el campo anda, trabajando.
Y la muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda por tanto mundo bonito y ajeno.
—Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
— Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta el anochecer.
"¡Chin!", pensó la muerte, "se me irá el tren de las cinco. No; mejor voy a buscarla". Y levantando su voz, dijo la muerte:
—¿Dónde, de fijo, pudiera encontrarla ahora?
—De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.
—Gracias —dijo secamente la muerte y echó a andar de nuevo.

Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la muerte se topó con un caminante:
—Señor, ¿pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos campos?
—Tiene suerte —dijo el caminante—, media hora lleva en casa de los Noriega. Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.
—Gracias —dijo la muerte como un disparo, y apretó el paso.
Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriega:
—Con Francisca, a ver si me hace el favor.
—Ya se marchó.
—¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto?
—¿Por qué tan de pronto? —le respondieron—.
Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿De qué extrañarse?
—Bueno ... verá —dijo la muerte turbada—, es que siempre una hace la sobremesa en todo, digo yo.
—Entonces usted no conoce a Francisca.
—Tengo sus señas —dijo burocrática la impía.
— A ver; dígalas —esperó la madre. Y la muerte dijo:
—Verá... el pelo blanco... casi ningún diente propio... la nariz, digamos...
—¿Digamos qué?
—Filosa.
—¿Eso es todo? Pero usted no ha hablado de sus ojos.
—Bien; nublados... sí, nublados han de ser... ahumados por los años.
—No, no la conoce —dijo la mujer—. Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, a quien usted busca, no es Francisca.


Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pastura para la vaca de los nietos. Mas sólo vio la muerte la pastura recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso.
Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora:
"¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!"
Y echó la muerte de regreso, maldiciendo.
Mientras, a dos kilómetros de allí, Francisca escardaba de malas hierbas el jardincito de la escuela, Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso:
—Francisca, ¿cuándo te vas a morir?
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:
—Nunca —dijo—, siempre hay algo que hacer.