domingo, 21 de febrero de 2010

SONIDOS REVUELTOS

Hoy desandamos músicas y palabras de miradas.


“Menesteroso de silencio, pido tres palmos de la orilla desolada, de donde pueda regresar sencilla, como un fuego marino, la mirada.” (José Gorostiza)


Narradora invitada: Diana Tarnofsky


Los sonidos que pasaron:

Que bien te ves / Héctor Lavoe
Pupila de águila / A. Goncalvez y S. Schriever
Ojo por ojo / Buenavida Social Club
Ojos negros / Keympa
Negro mirar / Alé Kumá
Aquellos ojos verdes / Nat Kimg Cole
Cuando ya me empiece a quedar solo - Adrián Iaies
La pesada / Luis Salinas-Lucho Gonzalez-Tomatito
No me ves / Ana Prada
Ángel eyes / Alfredo Remus
La luminosa / E. Cardozo y J. Quintero
A unos ojos / El caburé
Espíritu / Mariano Otero Orquesta
Mirada esquiva / Natalio Sued
La mirada / La oveja minga
Triste / Julia Zenko
La mujer de mis sueños / Esteban Klisich

Las palabras que pasaron:

“Espiral”, Enrique Anderson Imbert
“La inmolación por la belleza”, Marco Denevi
“Olvido”, Orlando Van Bredam
“Silencio Brillante”, Spencer Holst

“Espiral” Enrique Anderson Imbert

Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo oscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.

“La inmolación por la belleza”, Marco Denevi

El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.
Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo –como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso.
Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón.
El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso.

“Olvido” Orlando Van Bredam

Lo terrible sucede una mañana de éstas. Usted sale de su casa y olvida la cara en el espejo. Anda todo el día sin saberlo. Es decir, que nadie se lo dice. Nadie le reprocha tanta lisura, esa página neutra en lugar del rostro. En realidad, usted piensa que nadie lo mira ni lo ha mirado nunca, preocupados como están los demás por sus propias arrugas.
Pero no es así. Ellos murmuran. Y el murmullo crece como una música indeseable. En voz baja, con guiños cómplices y esquelas anónimas que cruzan la oficina, conspiran contra usted.
Tampoco sus vecinos o su mujer o sus hijos le señalan el olvido. Nadie parece advertirlo. Tampoco usted, lógicamente, que al mirarse nuevamente en el espejo, recupera la cara perdida.

“Silencio Brillante”, Spencer Holst

Dos osos blancos viajaban con un pequeño circo. Todas las noches, los dos osos aparecían empujando un carro. Los dos osos habían sido adiestrados para dar vueltas mortales, para hacer trompos, para hacer la vertical y para danzar sobre sus patas traseras, agarrados de la mano, dando los pasos al mismo tiempo. Los osos danzantes, un macho y una hembra, pronto se convirtieron en los favoritos de la multitud. El circo viajó al sur en un tour por la costa oeste que atravesó Canadá hasta California y de ahí hacia abajo llegando a Méjico; recorrió Panamá hasta América del Sur, bajo por los Andes pasando por Chile hasta las islas australes de Tierra del Fuego.
Un día un jaguar se lanzo sobre el presentador, el dueño del circo, y después lastimo mortalmente al domador. El público se disperso alarmado y horrorizado. En la confusión los osos se escaparon. Sin amo, vagaron por su cuenta por las boscosas y ventosas islas subantarticas. Absolutamente solos, en una isla deshabitada, y en un clima que les resultaba ideal, los osos se aparearon, se multiplicaron y después de unas cuantas generaciones poblaron la isla entera. En realidad, después de algunos años, los descendientes de los dos osos se trasladaron a mas de la mitad de las doce islas vecinas; y setenta años más tarde, cuando los científicos finalmente los hallaron y comenzaron a estudiar su comportamiento, se descubrió que todos ellos realizaban espléndidas acrobacias de circo.
En las noches cuando el cielo es brillante y hay luna llena, se reúnen a danzar: los cachorros en el medio y los más jóvenes, alrededor, formando un círculo. Permanecen todos juntos fuera del alcance del viento en el centro de un centelleante cráter hecho por un meteorito que cayo en un lecho de arcilla. Las espejadas paredes son de arcilla blanca. El suelo, liso, esta cubierto de grava blanca y es seco. Ninguna clase de vegetación crece allí adentro.
Cuando la luna se eleva sobre el cráter, la luz que se refleja en las paredes llena el lugar con el agua de luna. El piso del cráter, entonces, es más brillante que cualquier otra cosa cercana. Los científicos especulan que originalmente la luna llena pudo haberles hecho acordar a los dos osos las luces del circo y por esa razón comenzaron a danzar. ¿Sin embargo, habría que preguntarse, qué música es la que bailan los descendientes de los dos osos blancos?
Agarrados de la mano, danzando juntos ... ¿Qué música podrían escuchar dentro de sus cabezas mientras bailan bajo la luna llena y la aurora austral, mientras danzan en un brillante silencio?

Gracias por ser parte.