domingo, 27 de junio de 2010

Un tal Paco

Algunos tipos me generan un profundo respeto y cariño.
Respeto por coraje, por voluntad, por inteligencia… y cariño por su enorme calidad humana.

“Paco” Roig, así lo conocen todos, nació en 1920. A los 15 años se afilió al partido comunista desde dónde defendió sus ideales sin renuncios. Paco fue colega, ya que mantuvo un ciclo radial por más de veinte años, pero también fue poeta capaz de cantarle al amor y a la lucha con la misma intensidad.
¿Y no será que la lucha es una forma de amor?

Solía recordar Paco, cuando a alguno algo le dolía, aquella vez en que pudo soportar una tremenda paliza en la comisaría, recordando los ojos de una muchacha. De él habré aprendido que en la mirada se descrubre el alma.

En plena guerra civil española, Paco trabajaba activamente en el movimiento de solidaridad con los republicanos. Subía a los tranvías junto con dos chicas que repartían claveles rojos a cambio de alguna colaboración, mientras él contaba las penurias que sufría el pueblo español. El gobierno de Agustín P. Justo lo encarceló en Devoto por 21 días, por “mendicidad y vagancia”. A él no le importó, sabía que con cada clavel iba el deseo de un mundo distinto.

Pero ese sueño, y la acción por vivirlo, le trajeron momentos duros. En el 43´ lo trasladaron al penal nro.9 de Neuquén. Ese fue uno de los presidios más duros y Paco lo contó en el libro “Los presos de Neuquén”. Picana, hambre, frío… pero nada alcanzaba para quebrarlo. Contaba el tipo: “entré con 76 Kg. y salí con 45, pero no había que ceder, había que avanzar, y así llegamos a festejar el 1º de Mayo en el patio de la cárcel…” Lo contaba con una sonrisa, y siempre en plural, siempre los compañeros.

Con todo esto encima, cárcel, tortura, exilio, clandestinidad, no bajó los brazos nunca y, sobre todo, nunca dejó de sonreír…

Hace algunos días atrás, “Paco” Roig se nos fue. Dejó un libro con sus memorias llamado “Latidos de una vida militante”. Inmejorable título para la vida de quien para el sistema es un utópico perdedor.

Mientras pienso en Paco, en su lucha, se me cruzan Darío y Maxi, y tantos otros. ¿Cuántas cosas habrían logrado esos tipos con 75 años de militancia? No lo sabremos. Sencillamente porque no los dejaron vivir. Ocho años de impunidad… El máximo responsable de esos crímenes se prepara para las elecciones del año próximo. Otro de los que tendría que dar explicaciones, es hoy Jefe de Gabinete.

Las imágenes se suceden, las caras de Darío y Maxi, la represión en Bariloche y el nombre de Diego Bonefoi, el pibe de quince años fusilado de un tiro en la cabeza. El paralelo es inevitable… pibes jóvenes, víctimas de la exclusión, de la desigualdad, acribillados por la policía, cuando se revelan ante tanta injusticia.

Paco dedicó toda su vida a que las cosas cambien…Soñaba otro mundo, lo intentó con otros tantos. Darío, Maxi y Diego siguen muriendo porque las cosas no cambian.

Seguramente Paco se fue con un dejo de tristeza al ver que ganó el individualismo y la desigualdad, pero por los mismos motivos que lo llevaron a no abandonar la lucha durante toda su vida, en el final, con la sonrisa de siempre, seguramente se alegró por los claveles repartidos en el tranvía, por todos los primeros de mayo con los compañeros y porque hay mucha gente de mirada limpia, comprometida y utópica que seguirá intentando, de mil maneras, cambiar este mundo.

Fragmento de "Antes del Fin", Ernesto Sábato

Me acabo de levantar, pronto serán las cinco de la madrugada; trato de no hacer ruido, voy a la cocina y me hago una taza de té, mientras intento recordar fragmentos de mis semisueños, esos semisueños que, a estos ochenta y seis años, se me presentan intemporales, mezclados con recuerdos de la infancia.
Nunca tuve buena memoria, siempre padecí esa desventaja; pero tal vez sea una forma de recordar únicamente lo que debe ser, quizá lo más grande que nos ha sucedido en la vida, o que tiene algún significado profundo, lo que ha sido decisivo -para bien o para mal- en este complejo, contradictorio e inexplicable viaje hacia la muerte que es la vida de cualquiera.
Por eso mi cultura es tan irregular, colmada de enormes agujeros, como constituida por restos de bellísimos templos de los que quedan pedazos entre la basura y las plantas salvajes. Los libros que leí, las teorías que frecuenté, se debieron a mis propios tropiezos con la realidad.
..... Cuando me detienen por la calle, en una plaza o en el tren, para preguntarme qué libros hay que leer les digo siempre: "Lean lo que les apasione, será lo único que los ayudará a soportar la existencia".
..... Por eso descarté el título de Memorias y también el de Memorias de un desmemoriado, porque me pareció casi un juego de palabras, inadecuado para esta especie de testamento, escrito en el período más triste de mi vida. En este tiempo en que me siento un desvalido, al no recordar poemas inmortales sobre el tiempo y la muerte que me consolarían en estos años finales.
..... En el pueblo de campo donde nací, antes de irnos a dormir, existía la costumbre de pedir que nos despertaran diciendo: "Recuérdenme a las seis". Siempre me asombró aquella relación que se hacía entre la memoria y la continuación de la existencia.
..... La memoria fue muy valorada por las grandes culturas, como resistencia ante el devenir del tiempo. No el recuerdo de simples acontecimientos, tampoco esa memoria que sirve para almacenar información en las ahora computadoras: hablo de la necesidad de cuidar y transmitir las primigenias verdades.
..... En las comunidades arcaicas, mientras el padre iba en busca de alimento y las mujeres se dedicaban a la alfarería o al cuidado de los cultivos, los chiquitos, sentados sobre las rodillas de sus abuelos, eran educados en su sabiduría; no en el sentido que le otorga a esta palabra la civilización cientificista, sino aquella que no ayuda a vivir y a morir; la sabiduría de esos consejeros, que en general eran analfabetos, pero, como un día me dijo el gran poeta Senghor, en Dakar: "La muerte de uno de esos ancianos es lo que para ustedes sería el incendio de una biblioteca de pensadores y poetas". En aquellas tribus, la vida poseía un valor sagrado y profundo; y sus ritos, no sólo hermosos sino misteriosamente significativos, consagraban los hechos fundamentales de la existencia: el nacimiento, el amor, el dolor y la muerte.
..... En torno a penumbras que avizoro, en medio del abatimiento y la desdicha, como uno de esos ancianos de tribu que, acomodados junto al calor de la brasa, rememoraran sus antiguos mitos y leyendas, me dispongo a contar algunos acontecimientos, entremezclados, difusos, que han sido parte de tensiones profundas y contradictorias, de una vida llena de equivocaciones, desprolija, caótica, en una desesperada búsqueda de la verdad.