domingo, 21 de marzo de 2010

"La balada del Álamo Carolina", Haroldo Conti

Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo.

Este álamo Carolina nació aquí mismo, exactamente, aunque el álamo Carolina, por lo que se sabe, viene mediante estaca y éste creció solo, asomó un día sobre esta tierra entre los pastos duros que la cubren como una pelambre, un pastito más, un miserable pastito expuesto a los vientos y al sol y a los bichos.


Y él creyó, por un tiempo, que no iba a ser más que eso hasta que un día notó que sobrepasaba los pastos y cuando el sol vino más fuerte y templó la tierra se hinchó por dentro y se puso rígido y sentía una gran atracción por las alturas, por trepar en dirección al cielo, y hasta sintió que había dentro de él como un camino, aunque todavía no supiese lo que era eso, lo supo recién al año siguiente cuando los pastos quedaron todavía más abajo y detrás de los pastos vio un alambrado y detrás del alambrado vio el camino, que es una especie de árbol recostado sobre la tierra con una rama aquí y otra allá, igual de secas y rugosas en el invierno y que florecen en las puntas para el verano, pues todas rematan en un mechoncito de árboles verdaderos.

Por ahí andan los hombres y el loco viento empujando nubes de polvo.

También ya sabía para entonces lo que era una rama porque, después de las lluvias de agosto, sintió que su cuerpo se hinchaba en efecto aquí y allá y una parte de él se quedó ahí, no siguió más arriba, torció a un lado y creció sobre la tierra de costado igual que el camino.

Ahora es un viejo álamo Carolina porque han pasado doce veranos, por lo menos, si no lleva mal la cuenta. Ahora crece más despacio, casi no crece.

En primavera echa las hojas en el mismo sitio que estuvieron el otro verano y por arriba brotan unas crestitas de un verde más encarnado que al caer el sol se encienden como por dentro, pero él ahora no pretende más que eso, esa dulce luz del verano que lo recubre como un velo. Y dentro de esa luz está él, el viejo álamo, todo recuerdo.

De alguna manera ya estaba así hace doce veranos cuando asomó sobre la tierra y crecer no fue nada más que como pensarse. Sólo que ahora recuerda todo eso, se piensa para atrás, y no nace otro árbol. En eso consiste la vejez. Verde memoria.

Un terremoto no hace daño, sino que muestra los daños

Acá estamos, lentamente disponiendo ingredientes que nos juntan otra vez en torno a la rueda de un mate. Pasó un tiempo largo desde la última cebada y siempre emociona el hecho de tener un lugar como fm la tribu para juntarnos. Y que este lugar sea en Jujuy y Ushuaia, pasando por Córdoba, El Bolsón, La Plata, San Luis, Azul, Quilmes, Castelar, José C Paz, Santiago del Estero, Mendoza, Santa Fe, por nombrarte algunos lugares, y apresurarme a pedir disculpas por no mencionar otros donde emisoras amigas abren sus puertas a este intento de programa de radio.

Hermosa cercanía en la distancia. Sueños y sonidos que nos juntan. Sensaciones que que quiero compartir en este revuelto.

El 27 de febrero los hermanos chilenos eran sacudidos por uno de los terremotos más fuertes de la historia. La tierra daba muestra de su poder descargando energía equivalente a 100 mil bombas atómicas como la de Hiroshima. Todo fue angustia por el desastre y las ausencias.
El amigo, el hermano, mamà o papà, el hijo… ausencia que duele, y como nunca la necesidad, dura necesidad, de levantarse y seguir.

Allí en Valparaíso nos escribimos con los amigos de Radio Placeres que desde su página en Internet dan su mirada sobre la situación que están pasando. En la calma quebradiza de Valparaíso, el amigo Felipe Montalva, documentalista y uno de los realizadores del video de nuestro programa, me da cuenta del desastre y me asesta algunos pensamientos que instan a la reflexión y comparto: Cuenta Montalva que hay un terremoto simbólico, el que evidencia las fisuras profundas de una sociedad. Terremoto que no daña, muestra el daño.

A partir de un hecho tan dramático como inesperado, se revelan las fallas estructurales de una sociedad autosatisfecha, exitosa hacia el exterior y en contraste, profundamente enferma hacia adentro.

Negociados inmobiliarios que no tuvieron en cuenta la obligatoria prevención que se debe tener en las construcciones, descoordinación estatal, militarización, el dar cuenta a partir de los saqueos de una sociedad tremendamente desigual que esconde y reprime a los expulsados del sistema.




El amigo percibe que en los últimos años, Chile ha cambiado y no ha sido para bien. no sólo se trata de los contrastes sociales visibles sino de modificaciones en la forma de ser y en la forma del deseo. No sólo es la publicidad de los grandes comercios, las marcas transnacionales y su machacante convocatoria al consumo, también es un sistema mediático que derrocha horas de televisión y prensa en levantar figuritas rebosantes de frivolidad y exito.

la enfermedad se llama éxito.
el virus se llama capitalismo neoliberal.
la infección es social y se manifiesta en ignorancia, individualismo y pérdida de vínculos.

Me pregunto si Felipe me habla de Chile. Si habla solo de un país, del mundo o de un barrio o una familia. La enfermedad es grave pero no terminal. En Chile como en tantos lugares, la organización popular buscando cambiar el rumbo dice que nada está perdido.

Es cuestión de encontrarnos, sentir el cambio y saber que se puede de a poco y cada día. Encontrarnos a lo mejor en un programa de radio, o a la vuelta de la esquina.