domingo, 22 de noviembre de 2009

PROGRAMA 378

Revuelto de historias y sonidos…

“Carlitos vivía en Pergamino. Estaba jugando un picadito con sus amigos cuando un hombre se acercó y ofreció 100 pesos para quien entregue un sobre. Juan aceptó y se dirigió al lugar que el hombre le había indicado, cerquita, en las inmediaciones del campo de deportes del Banco Provincia.
Ni bien dejo el sobre, justo en el lugar donde el tipo de los 100 pesos le pidió, dos policías de civil le atravesaron el auto particular en el que se movían. Carlitos, asustado, empezó a correr tratando de escapar de estos dos tipos que no titubearon en dispararle por la espalda.”

(Ver apertura)

Sonidos que pasaron por este revuelto:



El tema que cierra la apertura “Ventanillas” del disco “Apaganoches” de Topo Encinar



“Sin cabeza” del Dúo Espósito-Delgado







“Italiani Superstar” del disco “Distratto Ma Pero” de Peppe Voltarelli





“Ardor” del disco “Tangos, baladas” de Steinar Rankes Quintet







“La cantora” del disco “Lo menos” de Sebastián Monk



“Pompeya no olvida” de Patricia Barone




“Ausencias” del disco "Malambo libre" de Lilián Saba




"Aguaribay” de Cecilia Zabala




Si te gustaron estos sonidos podes encontrar las presentaciones de los músicos en nuestra Agenda.


En el día de la música compartimos unos mates con José Ceña. Trajo la guitarra e interpretó temas del maestro Atahualpa Yupanqui a quien conoció cuando estudiaba en la Escuela de Música Popular de Avellaneda. Ceña cuenta que un día le preguntó a Yupanqui sobre una de sus frases de “El canto del viento” donde dice que el poeta no elabora sino que traduce lo que la tierra le dicta, pero para un músico que viene de la ciudad es difícil encontrar ese sonido, el maestro le sugirió entonces que recorriera el país, que allí encontraría al hombre y en él al mundo y allí a los sonidos. Ceña comenzó su recorrido por el país donde logró nutrirse de paisajes.
Nos explicó que su meta como intérprete es no repetir la melodía y letra, sino comprenderla, saber qué es lo que esta diciendo, enseñando, como decía Yupanqui que la verdadera misión del artista no es deslumbrar sino alumbrar, compartir una luz no iluminar.
Para redescubrir la obra, se adentró en temas no tan versionados, que también tuvieran un aspecto espiritual, lo definió como “Criollo Zen”. Su proyecto fue imprimirles un sonido propio manteniendo el clima y la esencia original.
Interpretó temas de su disco, “Canciones del Mensajero. Obras de Atahualpa Yupanqui”, como “Canción para doña Guillerma”, “Guitarra dímelo tu”, “El promesante” y escuchamos “Caminito español”.




La prometida foto con la bota de vino...

El cuento que cierra el encuentro “Orden en la casa” de Ana Arias acompañado por “La casa de al lado” de Liliana Herrero

Los esperamos el domingo que viene 29/11 a las 21.30hs para festejar los 8 años de Revuelto, con programa en vivo desde Café Vinilo (Gorriti 3780), donde celebraremos junto a Cecilia Zabala y Franco Luciani. La entrada sale $15 y pueden reservarla al 4866-6510 o reservas@cafevinilo.com.ar

Completo el plato radial de este domingo 22 de Noviembre, los invitamos a comunicarse con nosotros a través de éste blog con sus comentarios, o mandando mail a contacto@revueltoderadio.com.ar, pueden también bajarse el programa en http://www.revueltoderadio.com.ar/ y además ver otros contenidos como videos y el disco “Abremente” homenaje a Spinetta grabado por distintos artistas.

Los esperamos el próximo domingo,
Revuelto Gramajo.

Miles de Carlitos

Uno cree tener idea de cómo son las cosas…cree conocer la realidad circundante, la situación social en la que vive… y así transita mas o menos seguro por donde le ha tocado. Uno sabe que nuestro país vivió negrísimos tiempos represivos… pero ahora por suerte…Juan Carlos Quiroz no tuvo suerte. Tenía 15 años. Este viernes se cumplió un mes de su fusilamiento.

Carlitos vivía en Pergamino. Estaba jugando un picadito con sus amigos cuando un hombre se acercó y ofreció 100 pesos para quien entregue un sobre. Juan aceptó y se dirigió al lugar que el hombre le había indicado, cerquita, en las inmediaciones del campo de deportes del Banco Provincia.

Ni bien dejo el sobre, justo en el lugar donde el tipo de los 100 pesos le pidió, dos policías de civil le atravesaron el auto particular en el que se movían. Carlitos, asustado, empezó a correr tratando de escapar de estos dos tipos que no titubearon en dispararle por la espalda. Una bala le atravesó el cuello y cayó muerto. Quedó tirado en el descampado mientras los policías Alberto Conde y Daniel Alberto Fernández volvían a la comisaría con esa tranquilidad propia de ciertos policías cuando matan pobres.

Un vecino encontró el cuerpo y llamó al 911. Algunas horas después la bonaerense fue a buscar a la madre de Carlitos con la excusa cínica de que el chico estaba detenido. Al llegar a la comisaría, la mujer que seguramente iba a reprender a Carlitos por caer detenido, tuvo que reconocer el cuerpo de su hijo.

No se trata de un caso aislado, el viernes pasado, la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional – la CORREPI, presentó la actualización 2009 del Archivo de Casos, que recopila todos los procesos conocidos de personas asesinadas por el aparato represivo estatal.

Y en esta denominación está la clave: aparato represivo estatal.
El fiscal que actúa en el caso del fusilamiento de Carlitos habla de los “errores” cometidos por los policías.
Me permito leer textualmente un fragmento del libro Represión en Democracia, de la Dra. María del Carmen Verdú, titular de CORREPI:
“No es un policía, es toda la institución. No son errores, no son abusos, no son excesos. Es la política represiva del Estado Argentino, que no cesó después de la dictadura, sino que cambió de forma, de sujetos y de discurso legitimador para adaptarse a la nuevas etapas.”
Desde el 10 de diciembre de 1983 al día de hoy, uniformados de distintas fuerzas, públicas y privadas, mataron 2.826 chicos. Son más de 20 pibes por mes. Más del 90% son jóvenes pobres. Como Carlitos…son miles de Carlitos.

El terror no terminó, se adaptó. Y se vale de todos sus recursos para perpetuarse. El Gobernador Scioli emprende un nuevo intento de darle mayor poder a los edictos policiales y su capacidad de detención, asesorado por Ruckauf. Paralelamente, amparado por los grandes medios que solo fogonean indignación cuando les conviene, Mauricio Macri planea rodearnos de una policía metropolitana que, lejos de superar a la existente, se nutre de sus personajes más peligrosos.
Nosotros, como sociedad, votamos a estos tipos. ¿Qué responsabilidad nos cabe como sociedad?
Domingo 22 de Noviembre de 2009

"Orden en la casa", Ana Arias

Era una casa muy, muy ordenada. Por la puerta entraban el sol y las sombras de la noche, la luz de las estrellas y los relámpagos y, casi siempre, por las ventanas entraban las personas. En el perchero de la sala se podía colgar el malhumor, cuando no había manera de dejarlo afuera. Y al entrar, de inmediato, se veían las sillas colocadas en fila, para poder caminar sobre ellas hasta los distintos cuartos. Nadie las usaba para sentarse porque, para eso, había una enorme mesa donde todos se acomodaban felizmente y si había invitados, se utilizaba el suelo.

En el centro de la sala, bastante grande por suerte, se había ubicado la bañadera y un pequeño trampolín, tan alto como el techo. Este era uno de los lugares favoritos de toda la familia.

Los dormitorios se reservaban para dormir, pero los colchones se ubicaban en el piso, de manera que si uno estaba muy cansado, se acomodaba fácilmente y podía estirarse con comodidad. Por eso era imposible caerse de las camas que servían para guardar la ropa. Las prendas se ordenaban según el estado de ánimo y así había pilas de camisas, pantalones, polleras y sacos para cuando se estaba alegre, tranquilo, triste, furioso y otras variantes.

Los múltiples armarios se empleaban para jugar a las escondidas y a veces, para albergar murciélagos o palomas que habían perdido su hogar.

Cosas valiosas como piedritas recogidas en la calle, semillas voladoras, caracoles traídos de distintas playas, pedazos de juguetes rotos, carozos de fruta, plumas y otros tesoros se colocaban en las macetas del patio, con la esperanza de que alguna vez crecieran y dieran frutos. Y ya que hablamos del patio, allí se veía una sombrilla invertida, abierta hacia arriba, para juntar el agua cuando llovía. De esta forma, cualquiera podía pararse abajo y empaparse con el agua que desbordaba.

Junto a la pared, las hormigas negras habían trazado un recto camino, que estaba protegido con un largo tronco, para que nadie las pisara. Cada dos o tres metros había platitos donde se les dejaba restos de fruta, hojitas y migas de pan. Estas hormigas eran tan amables que estaban siempre presentes en las fiestas y cuando terminaba la reunión, limpiaban prolijamente los restos, dejando todo brillante.

Cocinar se cocinaba en la cocina porque allí estaban los artefactos necesarios, pero también había una buena biblioteca donde se encontraban los libros favoritos de cada habitante de la casa. Así, cada uno podía sacarlo acompañado de galletitas, sándwiches, frutas o jugo de naranja. Debemos reconocer que los libros no estaban impecables, pero eran muy visitados.

Revistas y diarios había por todos lados y especialmente en el baño, como en muchas otras casas.

Para llegar a la terraza había una escalera, pero, estaba ocupada por una hermosa enredadera con flores color violeta, que trepaba por la pared y la invadía bellamente. Por eso se ascendía por una escala de cuerdas, muy práctica, porque no ocupaba lugar y además todos habían aprendido a subir por ella con admirable agilidad.

La terraza, ¡oh!, la terraza. Ese sí que era un precioso lugar. Servía de refugio cuando algún miembro de la familia no quería que lo encontraran y permitía disfrutar del frío en invierno y del espantoso calor en el verano.

Para que la casa fuera más linda y acogedora, todos sus ocupantes habían participado en la pintura. Las paredes eran de distintos colores y mostraban dibujos a veces maravillosos, a veces horribles, que no duraban mucho tiempo porque los autores los borraban cada tanto y creaban otros nuevos.

Había lámparas en los rincones, debajo de algunos mosaicos de vidrio, y hasta colgando del techo. Pero, de vez en cuando se celebraba un día a oscuras para poder jugar a los fantasmas. Entonces, apenas se iluminaban los cuartos con algunas velas colocadas en antiguos candelabros. Se ponía una música horripilante y todos recorrían la casa cubiertos con sábanas y arrastrando cadenas. Ganaba el que no se cansaba de asustar a los demás y cuentan que, alguna vez, el ganador fue un fantasma verdadero.

La casa siguió por muchos años con ese riguroso orden, hasta que un día sus ocupantes decidieron mudarse a otra vivienda más grande. Cerraron las puertas y las ventanas, se despidieron de las hormigas pidiéndoles que se cuidaran mucho, cargaron sus cosas en un viejo camión y se marcharon.

En el exterior se puso un cartel de venta y meses más tarde la casa fue comprada por otra familia. Los que la adquirieron tardaron bastante en ocuparla porque, según su opinión, la casa estaba inhabitable.

Pronto la pintaron toda de blanco, la llenaron de insecticidas, devolvieron la bañadera al baño, quitaron el trampolín, ahuyentaron a las pocas palomas que se habían quedado, podaron la enredadera de la escalera, dieron vuelta la sombrilla del patio, sacaron la biblioteca de la cocina y tomaron otras medidas que impusieron un orden diferente. Claro, la casa, ya nunca volvió a ser la misma.

Domingo 22 de Noviembre de 2009