domingo, 23 de mayo de 2010

¿Revolución de Mayo? La patria que duele.

En definitiva…son doscientos años. Casi imposible evadir el encanto de los números redondos. ¿Y qué más redondo que dos ceros?. Si de algo nos puede servir tal aniversario es para sumar a los festejos una cuota de reflexión serena sobre aquellas banderas que un país debe agitar a lo largo de su historia. Historia contradictoria desde aquel 1810 en que una patria intentaba levantarse sobre tantas historias y pueblos pre-existentes.


Milcíades Peña, historiador que respeto tanto y que tan poco se cita por estos tiempos, sostiene que la Revolución de Mayo no fue una revolución. Mayo significa para las provincias separación de España y sometimiento a Buenos Aires, reforma del coloniaje, no su abolición, (...) la revolución a creado el “estado metrópoli” , Buenos Aires y el país vasallo (...) el uno gobierna, el otro obedece; el uno goza del tesoro, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable...


Traigo conmigo algunas citas del discurso que el profe de historia Miguel Angel Abramzón, mi amigo Míguel, iba a pronunciar a sus alumnos y la lluvia se lo postergó. Me sirven sus palabras para ordenar mis sentires. Dice el tipo que en aquél Mayo hubo un proceso contradictorio que tuvo acciones generosas y egoístas, héroes y traidores, personas de ideales nobles y oportunistas que buscaron privilegios individuales o corporativos. Lo lamentable es que a doscientos años prevalezcan la opresión, la injusticia y la miseria entre nosotros.


Es importante recordar a quienes sostuvieron ideales de fraternidad y lucharon por la igualdad y libertad de todos los americanos. Es importante rescatar las figuras de Mariano Moreno, Manuel Belgrano o Juan José Castelli. Tan importante como señalar que el primero fue instigado a abandonar el país no con la mejor suerte, el segundo murió pobre e ignorado, y el tercero, traicionado por sus compatriotas y casi anulado de la historia. ¿Qué pasó? ¿Qué hicimos con esto?


Contrastá a esos patriotas con los políticos actuales. Aquellos donando sus fortunas y entregando su vida por el bien general, y los que le siguieron hasta nuestros días. Quizá sea la respuesta sobre quiénes fueron los vencedores en aquél tiempo y sostienen el poder hasta hoy. El poder real – el económico – ese que a lo largo de nuestra historia no se ha desplazado. Y la historia es contada por esos vencedores.


¿Podemos determinar hacia donde ir desconociendo verdaderamente de donde venimos? Si no ponemos el acento en la educación sabiendo hacia donde vamos, estamos jodidos. Pero, ¿Sabemos hacia donde queremos ir?


Mi esperanza está llena de lugares comunes. Un país donde nadie muera de hambre, donde haya trabajo, salud, educación...

Una tierra de hombres y mujeres soberanos, con capacidad crítica.


No puedo callar el antipatriotismo de permitir la megaminería que condiciona la vida de los pueblos, el modelo sojero que desmonta salvajemente y la superproducción de alimentos de nuestra patria que sostiene diez millones de personas sub-alimentadas. Es una tristeza que me duele. Podría no mirar esto y este programa sería màs simpático y falso.


Conmemorar un aniversario de estas características no está mal en si, en definitiva son doscientos años... lo que no podemos es limitarnos a festejar habiendo tantas deudas pendientes. Este 25 de mayo, justamente, nos exige definir que país queremos ser y empezar intentarlo. Tal como lo soñaron y lucharon Castelli, Belgrano o Moreno, entre otros, levantemos aquellas banderas de Mayo, las mismas hoy: Igualdad y libertad para todos los americanos.

"El regreso", Rafael Dieste

Sentada al amor de la lumbre, donde un pequeño fuego todavía se esfuerza en hacerle compañía, la vieja Resenda tiene fijo el pensamiento en lejanos recuerdos, y puede que en algún presagio que esa noche le espantó el sueño. A veces se mueve un poco, escucha, y en seguida retorna a su embeleso...

Le quedó el nombre de Resenda porque su difunto marido era el señor Resende, y también como un modo de guardarle respeto.

Aún trabajaba el viejo cuando el mozo gallardo, su Andresiño, regalo de la casa, se fue en grey con otros, mordiendo un clavel, a tierras de Morería. Poco supieron decir de él los otros. Sí, lo habían visto por allá. Pero, debéis tener en cuenta... Allá no es como aquí. Millares y millares de hombres, una romería impresionante. Unos yendo hacia adelante, otros aguantando la sed en la cumbre de un cerro, o transportando los víveres... ¿Quién habla de muerte?

Se sabría. Y venía entonces el tejer y destejer sospechas, conjeturas: casos de los que se pierden, de cautivos, de los que andan en secretas encomiendas. Con aquellas historias la ansiedad de los viejos se entretenía. Pero el tiempo corría... En fin, se dejó de hablar del asunto, y pronto el viejo perdió los ánimos y aquel amor a la tierra que levanta a los labradores. No duró mucho. Un día sintió frío y se encogió en el lecho con el deseo de un largo, infinito reposo, el rostro perdido en no se sabe qué lejano amanecer. Estuvo encamado una temporada, sin ningún deseo de hablar. Un día llamó a la compañera a su lado, le apretó la mano y, muy bajo, murmuró: No vuelve...

Aquella noche el viejo moría.

La vieja Resenda quedó sola, sola. Pero en su espíritu una palabra única se levantó para nunca más ser derribada. El viejo agonizante había dicho: No vuelve. Ella, con una seguridad hecha de anhelos y presentimientos, dijo: ¡Vuelve! Y esperó a lo largo de muchos inviernos...

Un andar suave, amortiguado, se deslizó por el piso de arriba.

Después el portón de la cocina se abrió un poco, silencioso y cauto. Pero de repente se cerró y batió violentamente en el marco de perpiaño.

Los sueños de la anciana huyeron. Con los ojos encendidos levantó la cabeza y se puso a escuchar...

Todo enmudece en la casa a no ser las pisadas blandas, leves.

—¿Quién anda ahí? —gritó. Y su propia voz sin respuesta la llenó de extrañeza.

Se sintió sola por vez primera, y como pasmada, todavía más que atemorizada, de aquella soledad.

Entonces comenzó a llamar al hijo como si estuviera allí adormilado, con la mira de espantar al ladrón, pero también para sentirse menos desamparada:

—¡Despierta, perezoso, que anda gente por la casa! Coge esa hacha y corre a ese lobicán que viene a robar a los pobres. Para una corteza de pan que ha de encontrar en el horno es capaz de estrangularme.

La voz se le ovilló. Alguien parecía ahora empujar la puerta desde fuera con esa lentitud astuta de los gatos o del viento tramposo. Chirriaron de improviso los goznes, con un lamento de pereza importunada, y la puerta quedó franca.

Allí, deteniendo el paso, como para dar tiempo a la madre para serenarse, estaba, erguido y alegre, el hijo de la vieja Resenda. El resplandor del pequeño fuego, que en aquel instante se avivó de súbito, relampagueó en su rostro. Era el de siempre... Los dientes, mozos, mordían todavía el clavel.

Alguna mujer que pasó volando junto a la casa, sintió gritar a la vieja el nombre de su hijo. Otros dicen que la sintieron hablar a deshora, y hasta canturrear mientras iba y venía. Otros (tiempo después) que un mendigo forastero, sospechoso, había estado espiando un ventanuco de la casa, encima de un emparrado, para ver dónde escondía la vieja unas onzas de oro que, según rumor corrido por la aldea, tenía costumbre de contar diciendo: Las guardé para ti, hijo mío. Pasé malos años, pero aquí están. Y se dice que ese mendigo nada pudo decir de semejante oro... Sí del terrible acontecimiento, y que fue a confesarse muy arrepentido.

Al día siguiente —ya no calentaba el sol— los vecinos llamaron hasta hartarse en la puerta de la casa silenciosa. Finalmente decidieron, después de hablar en grupo con la alegría inconfesada de las alarmas insólitas, echar la puerta abajo. Por el hueco que abrieron los empujones del más corpulento se colaron todos.

Muy pronto dieron con la vieja Resenda. A poco trecho del hogar la encontraron tendida en el suelo, con los ojos tan abiertos que no parecía que estuviese muerta.

De Andrés nunca se supo. Todos dicen que fue comido por los cuervos en tierras de Morería.