domingo, 28 de marzo de 2010

Internacionalicemos a Chico Buarque

Cuando las ideas son interesantes y merecen ser, no sólo tenidas en cuenta, sino divulgadas y en la medida de lo posible pensadas, incorporadas como alimento a todo ese revuelto de cosas que somos. Cuando lo dicho fue bien dicho pero no tan publicitado, vale traerlo a la mesa de este encuentro. Hace rato tenía ganas de compartirlo y no se daba, aún así, el paso del tiempo no quita actualidad a situaciones que no supimos resolver o, creo yo, se resuelven siempre en beneficio de intereses dominantes.

Pasaron poco más de tres años de las declaraciones de Chico Buarque de las cuales lo más difundido fue la confusión. Fue durante un debate en una universidad de Estados Unidos donde le preguntaron a Buarque qué opinaba sobre la internacionalización de la Amazonia. El tipo fue muy claro, inteligente en la respuesta y firme en las ideas. Dijo algo así como que a pesar de que nuestros gobiernos no cuiden debidamente ese patrimonio, él es nuestro. Como humanista, sintiendo el riesgo de la degradación ambiental que sufre la Amazonia , puedo imaginar su internacionalización, pero también imagino la internacionalización de todo lo demás, que es de suma importancia para la humanidad.

Qué hay de la internacionalización de las reservas de petróleo del mundo entero.
El petróleo es tan importante para el bien de la humanidad como la Amazonia para nuestro futuro. Pese a eso, los dueños de las reservas creen tener el derecho de aumentar o disminuir la extracción de petróleo, subir o bajar su precio.

De igual forma, el capital financiero de los países ricos debería ser internacionalizado. Si Amazonia es una reserva para todos los seres humanos, no se debería quemar por voluntad de un dueño o un país. Quemar la Amazonia es tan grave como el enorme desempleo provocado por las decisiones arbitrarias de los especuladores globales.

Por lo tanto, agregaba Chico Buarque, no podemos permitir que las reservas financieras sirvan para quemar países enteros con la especulación. También, y antes que la Amazonia , me gustaría ver la internacionalización de los grandes museos del mundo. Cada museo es el guardián de las piezas más bellas producidas del genio humano. No se puede dejar que ese patrimonio cultural, tanto como es el patrimonio natural amazónico... sea manipulado y destruido por el sólo placer de un propietario o de un país. Hace poco tiempo, un millonario japonés decidió enterrar, junto con él, un cuadro de un gran maestro. Muy por el contrario, ese cuadro tendría que haber sido internacionalizado.

Si EEUU quiere internacionalizar la Amazonia, para no correr el riesgo de dejarla en manos de los brasileños, internacionalicemos todos los arsenales nucleares norteamericanos. Bastará pensar que ellos ya demostraron que 'son capaces' de usar esas armas, pues YA LO HICIERON, con destrucción miles de veces mayor que las lamentables quemas realizadas en los bosques de Brasil.

Internacionalicemos a los niños, tratándolos a todos ellos, sin importar el país donde nacieron, como patrimonio que merecen los cuidados del mundo entero. Con tanto más cuidado del que se merece la Amazonia .
Cuando los dirigentes traten a los niños pobres del mundo como "Patrimonio de la Humanidad ", no permitirán que trabajen, cuando deberían estudiar; tampoco permitirán que mueran, cuando deberían vivir.

Por eso, como humanista, acepto defender la internacionalización del mundo; pero,... mientras el mundo me trate como brasileño, lucharé para que
la Amazonia sea nuestra. ¡Solamente nuestra! "

Las declaraciones de Chico Buarque, hechas hace poco más de tres años en los Estados Unidos no fueron publicadas en los medios masivos de Brasil y Latinoamérica. Si en algún sitio lo encontrabas, la confusión era el dato relevante, ya que el Chico Buarque protagonista de estas declaraciones era el Ministro de Educación de Brasil y no el poeta y cantante. El error podría estar en el poco interés periodístico frente a estos temas, lo estrictamente igual de ambos nombres, por una supuesta similitud en las ideas, o porque los dos llevan puestos los mismos lentes…

"El abridor de nueces" Javier Torre

Cuatro de la madrugada y vuelvo a oírlos; es la segunda vez en lo que va de octubre. Afuera llueve y yo no me animo a moverme de la cama. Apenas si respiro, como cuando era chico.

Creo que el abridor de nueces era de plata. Estaba siempre sobre la chimenea, en la casona de Olivos, junto a los dos tomos del Quijote en la Edición de Vierge, de 1916, una botella de Hesperidina y una caja de madera donde mi abuelo guardaba los cigarrillos Chesterfield, sin filtro. Estoy sintiendo, de golpe, ese aroma.
Han pasado treinta años.

Cómo contarlo. La mañana en que mi abuelo murió llovía, como ahora. Era invierno, y no fui a su velorio; tampoco a su entierro. Mi abuela lo sobrevivió veinte años, sin dejar de amarlo, constante en la ternura. Cada vez que lo nombraba sonreía con nostalgia y los ojos se le llenaban de lágrimas. Habían sido pobres, muy pobres. Su primer hijo, mi padre, creció en un cuarto de pensión. Están enterrados juntos, en el Cementerio Británico. En su lápida dice: “Unidos para siempre”.

Sin embargo, treinta años después, vuelvo a oírlos, con nitidez. No a ellos, que quede claro: escucho el abridor de nueces. El ruido suena seco, en el cuarto del fondo. Resuena, enseguida, otra vez. Y se repite, hasta que más tarde vuelve el silencio y escucho llover sobre el asfalto de la calle.

Inmóvil, sin animarme a nada, espero. Sé que, en sus últimas horas, mi abuelo preguntó por mí. Aquella mañana del año 60 yo tenía nueve años. Mucho más tarde, conocí en una embajada a la viuda del médico que lo había acompañado y le había aplicado la última inyección:

-Se que sufrió tremendamente- me dijo.
-¿Qué más recuerda?-le pregunté.
-Preguntaba por su nieto- me miró a los ojos- Por usted. No quería morir solo.

Yo vivo perseguido por el miedo a morir solo. Es muy tarde, casi no hay autos que pasen. Oigo un tren que parte y, nuevamente, el abridor de nueces. Así: tac.
Un golpe seco en el cuarto del fondo, donde duermen mis chicos cuando vienen los fines de semana.

Lentamente, me incorporo en la cama, en la oscuridad más absoluta. Tengo el cuerpo tenso como nunca antes. Espero.

-Tac- vuelvo a escuchar.

Alguien tose en el piso de arriba. El corazón me late fuerte. Vagamente siento el olor de la caja de madera; madera y tabaco, los Chesterfield. El sonido del crepitar del fuego, recuerdo. Los dos tomos del Quijote los conservo y son casi lo único que tengo de verdad, pero no me atrevo a abrirlos. Hace meses, años, que espero decidirme.

Entonces me levanto. Cruzo el pasillo y voy hasta la habitación del fondo, donde la luz está encendida. Me acerco casi en puntas de pie, apretando los puños, y los veo, con los dos perros setters sentados junto al fuego. Los dos setters murieron, si mal no recuerdo, en el año 57, atropellados por un auto, un domingo a la mañana. Sin embargo ahí están, esta noche, vivos.

Veo entonces como mi abuelo le alcanza a mi abuela una nuez partida en dos, con el mismo gesto de aquel tiempo. No hablan. Ella saca el fruto de la nuez y le da a él, que la come.

Están sentados en los sillones beige que creía vendidos en un remate, cuando acabó la sucesión. También veo la alfombra que me parecía un laberinto.

El único sonido es, una vez más, el abridor de nueces. Veo la mano de mi abuelo que lo opera con precisión: tac. En estos treinta años no han cambiado; se aman.

Los espío un momento más y retrocedo. Vuelvo a la cama, me acuesto, la luz del fondo seguirá encendida. Cierro los ojos:”Tac”, vuelvo a escuchar. Oigo el tren que pasa, a lo lejos, y me quedo dormido.

Cuando me despierto la ciudad parece invadida por un tránsito molesto, desordenado. Quiero hacerme un café, pero antes cruzo el pasillo. Las luces del cuarto están, ahora, apagadas. Amanece, y el aroma de los Chesterfield ha desaparecido por completo. No veo, tampoco señal alguna de los setters. Nada. Apenas en un rincón del cuarto encuentro unas cáscaras de nueces prolijamente amontonadas.