domingo, 20 de diciembre de 2009

Somos, entre tantos ingredientes: memoria, y las marcas de esa memoria. Marcas fuertes en la piel del país que no sabemos ser, o no nos dejan ser…

En Avenida de Mayo y Chacabuco, cerca de la Plaza histórica, hay símbolos que duelen en la historia y, cada año que pasa, el dolor se carga de impunidad y bronca por lo que no supimos cambiar.

Gustavo Ariel Benedetto trabaja con sueldo de hambre como repositor en la sección verduras de un supermercado en su barrio de La Tablada. Con 23 años es sostén de su mamá y su hermana, papá había muerto de cáncer hace nueve meses. Disfruta los momentos de soledad en su habitación: los discos, el equipo de música, el banderín de River, un poster del Enzo Francescoli y la bandera de Baroja, una banda de rock duro nacida, como él, en La Tablada.

Una de las letras de la banda es de su mejor amigo, y dice: No esperes más que no hay a donde ir / Rompe la mentira que lo que falta es la verdad / Solo lucha una vez / La muerte está esperándote.

El 20 de Diciembre de 2001, Gustavo fue a trabajar como siempre, pero la amenaza de saqueos hizo que el supermercado cierre. Al mediodía volvió y fue testigo del desastre: persianas y vidrios rotos, góndolas vacías. Se subió al 126 y viajó una hora media para bajar a cien metros del lugar donde lo estaba esperando la muerte.

Gustavo Benedetto fue asesinado frente a las cámaras. Su mamá y su hermana lo vieron morir por televisión. Tenía 23 años y el sueño de salir de pobre algún día. Fue en la esquina de Av de Mayo y Chacabuco.

Hoy, los mismos que tenían que irse en esos días siguen en puja por el poder. Y es que el poder económico y mediático no ha cambiado, y es quien pone sus alfiles.

Gustavo Benedetto, Fernando Almirón, Gastón Rivas, Diego Lamagna y Luis Alberto Márquez, fueron asesinados en Plaza de Mayo el 20 de Diciembre de 2001, Otros treinta en el resto del país. Todos laburantes, humildes. Ningún ahorrista. Y no es que hubiera preferido la muerte de alguno de ellos, solo trato de pensar quien pone los muertos y quienes terminaron la protesta cuando estuvieron un poco mejor y ahora se quejan si les cortan una calle los tipos que viven igual que en Diciembre de 2001.

La marcas están allí, en Av de Mayo y Chacabuco, y en cada lugar donde se asesinó al pueblo aquél día, hay una placa que nos lo recuerda todo el tiempo. Una placa y los ojos desvanecidos de quien está muriendo y nos pide que no sea en vano. Que por favor no sumemos más olvido a nuestra historia.


Domingo 20 de Diciembre de 2009

"El vino", Eduardo Galeano

Lucila Escudero no se daba por enterada de su edad. Ya había enterrado a siete hijos y seguía mirando el mundo con ojos de recién llegada. Deambulaba por los tres patios de su cada de Santiago de Chile, tres selvitas que ella regaba cada día; desués de charlar con sus plantas, se marchaba a caminar por las calles del vecindario, sorda a sus penas y a sus achaques y a todas las tristes voces del tiempo.


Lucila creía en el Paraíso, y sabía que se lo merecería, pero se sentía mucho mejor en casa. Para despistar a la muerte, dormía cada noche en un lugar diferente. Nunca le faltaba algún tataranieto para ayudarla a correr la cama, y de oreja a oreja sonreía pensando en el chasco que se llevaría la Parca cuando viniera a buscarla.


Entonces, encendía el último cigarrillo del día, en su larga boquilla labrada, llenaba una copa de tinto del valle del Maipo y entraba en el sueño bebiendo el vino de a sorbitos, un buche por cada amén, mientras rezaba los padrenuestros y las avemarías.

Domingo 20 de Diciembre de 2009