Lo que pasó el 26 de Junio pasado en el Puente Pueyrredón fue el encuentro de quienes pasan por su cuerpo y sienten propia la injusticia y la impunidad que nos pasa todos los días. Y sienten fuerte la muerte del compañero. Lo que paso el 26 pasado, paso un Junio hace siete años. A los energúmenos que solo ven un problema de tránsito, a los que les molesta que los negados del sistema tomen la calle, recordarles que Maximiliano Kosteki y Dario Santillán fueron asesinados, son asesinados cada día que sigue sin justicia.
Cómo habrá sido ese día, que empezaba como otros. Cómo es esto de salir de casa un día de crudo invierno, salir con la tristeza de lo que pasa y con la esperanza de la lucha. Cómo es que unos tipos mandan matar desde un escritorio, cómo es que un tipo mata.
Es un tema de seis minutos, es lo que dicen que no debiera abrir un programa de radio. Y sin embargo te pido que subas el volumen, que dejes lo que estés haciendo y sientas cada palabra, cada nota del piano que acompaña. Habla uno de los que se fueron ese día que pasó, y que nos sigue pasando.
me desperté diciendo esta mañana,
no vi las predicciones del espanto
que le arrancaba al sueño mi palabra.
En este invierno que pega tan duro
está lejos tu boca que me ama
y se me desdibuja en el futuro,
y junio me arde rojo aquí en la espalda.
En este invierno atroz no hay escenario
más duro que esta calle de llovizna;
cada uno sigue en ella su calvario
pero la cruz de todos es la misma.
Salí con las razones de la fiebre
y una tristeza absurda como el hambre,
y cuando en el corazón la sangre hierve
es de esperar que se derrame sangre.
Me llamo con el nombre que me dieron,
el que tomó la crónica del día;
soy uno de los dos que ya partieron,
los dos en un montón que resistían.
Hermano en la delgada línea roja
que te me fuiste dos minutos antes
con la indiscreta muerte que en tu boca
entraba en cada casa con tu imagen.
Yo estaba junto a vos sobre tu grito
besándote feroz la indigna muerte
mientras te ibas volando al infinito
fulgor de la mañana indiferente...
Yo sé que el corazón que está latiendo
en cada uno es una senda pedregosa,
cuando en el suelo sucio me estoy yendo,
ajeno y solo de todas las cosas.
Si yo salí por mí y salí por todos
cómo es que ahora no hay nadie aquí a mi lado
que me retenga la luz en los ojos,
que contenga este río colorado.
El corazón del hombre es una senda
más áspera que la piedra desnuda;
mi extenso corazón es una ofrenda
que pierde sangre en esta calle cruda.
Yo tengo un nombre rojo de piquete
y un apellido muerto de veinte años,
y encima las miradas insolentes
de los perros oscuros del cadalso.
Yo no llevaba un arma entre las manos
sino en el franco pecho dolorido,
y el pecho es lo que me vieron armado
y en el corazón todos los peligros.
La mano que me mata no me llega
ni al límite más bajo de mi hombría
aunque me arrastren rojo en las veredas
con una flor abierta a sangre fría.
Hoy necesito un canto piquetero
que me devuelva la voz silenciada,
que me abra por la noche algún sendero
pa' que vuelva mi vida enamorada...