domingo, 13 de diciembre de 2009

Durante 1928 en Venecia, Raúl Barón Biza conoce a Rosa Martha Rossi Hoffmann una bella actriz austríaca de 25 años, que usaba el seudónimo Myriam Stefford. Dos años después se casan en Venecia, dando una de las mejores fiestas según las páginas sociales de la época. Luego la pareja se instala en Argentina, alternando entre Buenos Aires y las serranías cordobesas, donde Raúl tenía una estancia de 2.200 hectáreas cerca de Alta Gracia. Ella tomó un curso de piloto y antes de terminarlo ya volaba su propio avión convirtiéndose en una de las primeras mujeres piloto de la Argentina. Lamentablemente, dos días antes de festejar su primer aniversario matrimonial, halla la muerte al estrellar su pequeño avión Chingolo II, en Marayes provincia de San Juan, mientras participaba del Raid Aéreo de las 14 Provincias.

El camino que une Alta Gracia a Córdoba es una ruta rural tranquila, vacía de pormenores. No es difícil aburrirse en ese trayecto. Pero desde muchos kilómetros antes se ve, en medio de la nada, un altísimo obelisco de granito y mármol. Tiene 82 metros de alto y una escalera caracol interior de 237 escalones. Es un fastuoso sepulcro que la pasión de Raúl hizo construir en ese campo de su familia, para la mujer que más amó. La base es una enorme cripta abovedada donde se desciende tras 30 escalones y oscuros pasadizos para llegar al sepulcro donde descansan los restos de Myriam. No hay luz eléctrica, ni linternas, ni cruz. Sobre el granito se lee: "Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las águilas"

Todo lo que pueda saberse sobre Raúl Barón Biza resulta incierto o increíble, su vida presenta todas las condiciones para la leyenda y el mito. Nació en Córdoba en 1899 y es uno de los siete hijos del matrimonio de Vilfrid Barón y Catalina Biza, millonarios cordobeses. Fue militante radical lo que le valió la persecución, la cárcel y el deportamiento. Se batió a duelo en varias ocasiones. En Lomas de Zamora compró el casco de una fastuosa propiedad, que hoy es uno de los lugares más atrayentes de la zona. El Parque Barón de Lomas de Zamora.

Pero además, Raúl tuvo el oficio de escritor, lo que le valió las mas severas críticas, el repudio de la Iglesia, el título de amante de la pornografía y dos procesos por obscenidad. La obra ha desaparecido, material y culturalmente. Por qué me hice revolucionario, Punto Final, Todo estaba sucio, son algunos de sus libros. Pero el título más significativo de su obra es El derecho de matar (1933), que le valió el primero de los procesos por obscenidad, del que salió absuelto, mientras ya estaba en prisión por motivos políticos. Una edición de 5000 ejemplares fue secuestrada en la imprenta por la policía sin orden judicial.

Contiene un prólogo-aclaración que dice: “Lector. No quiero ni debo engañarte. No necesito tu aplauso, ni temo a tu brazo, ni me hace falta tu dinero. Estoy más allá del oro y de la fama”. Convencido el autor de que el sexo y la muerte son las relaciones sociales a las que se reducen todas las demás, el libro enseña que el poder consuma su ejercicio sobre los cuerpos de niños, de trabajadores, de prostitutas, de enfermos, de presos, y que toda liberación debe comenzar allí. Es un libro para los hijos de nadie, para los que duermen en la basura, para los que no tienen hembra, ni Dios. Un libro para los que jamás llegarán a leerlo.
En 1935 y con 36 años, Raúl contrae matrimonio en secreto con Clotilde Sabattini de 17 años, hija de su gran amigo, el prestigioso médico y dirigente radical Amadeo Sabattini. Por supuesto, este hecho determinó el fin de esa amistad.

El tiempo y los períodos de encarcelamiento del hombre, fueron desgastando el matrimonio hasta que a mediados de 1960, Raúl Barón Biza citó a Clotilde en su departamento en Buenos Aires, donde acudió acompañada por dos abogados para finiquitar los trámites de separación. Raúl sirvió whisky primero a los abogados y luego se acercó con un vaso lleno a su esposa, y sorpresivamente le arrojó el contenido en el rostro. Pero no era whisky... era ácido clorhídrico. Clotilde lanzó un grito desgarrante y Raúl huyó mientras los abogados auxiliaban a la desdichada mujer. Cuando al día siguiente la policía allanó el departamento encontró que Raúl había regresado para dispararse un tiro en la sien.

Las crónicas de la época señalan que su cadáver fue conducido a la morgue judicial, de donde no fue reclamado, motivo por el cual se le dió sepultura en el cementerio de la Chacarita. Sin embargo, hay quienes dicen que no fue así. En Alta Gracia, cerca de aquél obelisco que te conté, llama la atención la presencia de un viejo olivo rodeado por un grosero alambrado. El alambre no está por el olivo, dicen que protege el lugar donde está enterrado Raúl. Allí fueron silenciosamente llevados sus restos y sepuItados debajo de ese olivo, a metros de los de Myriam Stefford, aquel primer amor.

Historias que caprichosamente se cruzan una noche cualquiera en la radio…

"Un buen trabajo", Miguel Dorelo

Paciencia, sobre todo mucha paciencia. Ahí está la clave.
Solo esperar el momento exacto.
Estar atento al más mínimo movimiento y sobre todo, no subestimar nunca al objetivo.
Una buena herramienta de trabajo resulta imprescindible; la mejor aliada para conseguir resultados óptimos.
Gracias a Dios, lo proveían con materiales de primera; esa misma mañana se había deleitado contemplando su nuevo “juguete”: zoom 2.5-10 x, intensidad luminosa variable, cristales Hi-Resolution multitratado de catorce capas y apto para el día y la noche. Una joyita.
A través del objetivo de 50 mm. volvió a observar: un magnífico ejemplar macho, muy joven, solo. Mejor. Cuando actuaban en parejas, todo se complicaba.
Ajustó el corrector de dioptrías y aguardó.
Realmente, una cabeza magnífica, se dijo.
Estaban dadas todas las condiciones para la realización de un trabajo de primera.
Aún no…, murmuró.
Esperaría a que la luz le diera de lleno.
Siendo más joven, la ansiedad lo había llevado a cometer un par de errores que luego lamentó. No estaba dispuesto a volver a repetirlos.
Otro vistazo…
Son más inteligentes de lo que se podría suponer; casi se diría que sospecharan algo. Este en especial, calculaba cada uno de sus movimientos como si lo hubiese olfateado, aunque sabía que por la distancia a la que se encontraba, esto no era posible.
A pesar de su profesionalismo se sentía exultante, ansioso. Sabía que cuando lograra cumplir con su cometido se sentiría muy orgulloso. Su padre lo había hecho antes y en momentos como este, solía recordar las anécdotas que le contaba cuando aún era un adolescente. Hermosa época aquella en la que decidió que seguiría sus pasos.
Se estaba moviendo de nuevo, esta vez con menos precaución. Siempre terminaban por confiarse.
¡Ahora! Su dedo índice actuó casi por instinto. Un pequeño destello y aquél familiar sonido, música para sus oídos.
Estaba hecho.
Con una sonrisa a flor de labios, comenzó a desarmar el equipo.
—Buen trabajo, como siempre —lo felicitó el jefe del operativo observando el cuerpo.
Es más joven de lo que suponíamos en un principio. No se preocupe, el sujeto era menor de edad pero con un frondoso prontuario. Hablé antes con el juez y autorizó la operación: parece que entre los rehenes de la farmacia justo había una clandestina noviecita suya y no quería correr riesgos.
Váyase a su casa que yo me ocupo de todo.
Y saludos a su padre.