domingo, 14 de marzo de 2010

SONIDOS REVUELTOS

Hoy desandamos músicas y palabras de nostalgia.


“...la válida, la única nostalgia, es de tu piel.” (Mario Benedetti)


Narrador invitado: Diego Ripoll


Los sonidos que pasaron:

Nostalgias santiagueñas / Cuarto Elemento
Largo Horizonte / Juan Falú y Marcelo Moguilevsky
Tarde de invierno / Juarez - Homer Cuarteto
La nostalgiosa / Liliana Herrero
La noche que te fuiste / Malena Muyala
Ña Poli o la pureza de la gente como Ud. / Proyecto Sanluca
Zamba Nº4 en Mi Menor / Patricia Lamberti
Persistente canción de la memoria / Mono Fontana
El día que me quieras / Michel Camilo y Tomatito
Sodade / Cesaria Evora
Frevo de Saudade / Ceu & 3 Na Massa
2 de septiembre / Ricardo Nole
La llorona / Kocani Orkestar
La Pomeña / Pedro Aznar
Saudade da black rio / VID
Requiem / Pablo Tozzi
Nostalgias / Eva Ayllón
Fuimos / El Terceto

Las palabras que pasaron:

“La casa árbol”, Elsa Bornemann
“Antes yo era”, Luis Britto
“Sur”, Homero Manzi


“La casa árbol”, Elsa Bornemann

La casa en la que mis dos hermanos y yo crecimos era lo más parecido a un árbol que puedan imaginarse. Para ser sincera, debo decirles que ERA un árbol. La construyó papá, elevándola sobre sólidas raíces, colocando con esmero rama por rama, pegándole hoja tras hoja durante el último mes de cierta primavera.
Cuando la tuvo lista, los comentarios de nuestros vecinos agitaron su follaje de tal modo que – por varios días – no nos fue posible habitarla: una tormenta de murmuraciones la doblaba en extrañas reverencias.
- ¿pero qué ha hecho, don Carlos? ¡No es una casa! ¡Qué disparate! ¡Es un árbol!
Papá sonreía en silencio. Sus ojos, hermosos caleidoscopios, pasaron de celestes a grises, de grises a violetas, de violetas a verdes.
Bien verdes. Como nuestra casa-árbol.
-¡la más bella!-aseguró papá por lo bajo.
Y nos invitó a contemplarla hasta que llegó la noche. Entonces, la ocupamos felices. No fue necesario contratar servicios de ninguna empresa de mudanzas para transportar nuestras pertenencias. Teníamos tan pocas cosas…
Una campana, que papá cargó en sus brazos como a una niña desmayada…
Un farol, con su lucecita protegida por mamá…
Un largísimo chal blanco, que mi hermana Trudi enrollaba cantando…
La flauta de alejo y tres o cuatro libros de versos, sujetos entre mi cinturón y el flaco contorno de mi cadera.
Muy pronto aprendimos a trepar hasta la copa, saltando de rama en rama con suma facilidad, sin rasgar las leves cortinas que las arañas nos tejieron de inmediato, descendiendo cada vez que la campana nos anunciaba la hora de comer y de repartir frutas y flores con gorriones vecinos.
Y la casa-árbol siguió subiendo y subiendo, sin importarle su falta de techo y cerraduras, abierta al aire de cada día…
Allí pasé mi infancia.
Hasta que una noche se secaron las raíces de nuestra casa o se durmieron… vaya a saber por qué sí o por qué no… El invierno nos desalojó y tuvimos que irnos.
Mis padres y mis hermanos se fueron acostumbrando a vivir, como todos los demás, en resistentes casas de ladrillos, en graciosos chalets o en confortables departamentos, donde el aire ondula al impulso de un acondicionador y los mosquitos son puntos que tiemblan del otro lado de los cristales. Pero yo no pude. La mirada se me perdió entre las ramas de nuestra querida casa, las risas se me volaron con sus hojas y ya no pude olvidar que crecí en un árbol.
La gente no lo nota. Ni cuando, en vez de hablar, suelto un gorjeo a los que me escuchan… Ni cuando mi afónico chillido reemplaza alguna carcajada… Ni cuando se me caen plumas en vez de lágrimas…
Ninguno se asombra.
Nadie sabe que soy un pájaro.


“Antes yo era”, Luis Britto García

Antes, yo era un ser humano. Tenía acceso a los olores, los colores, los sonidos, las formas, los sabores, ante mí desfilaban las personas, ocurrían las cosas. Se apoderaban de mí las emociones, a veces –no siempre- tenía ideas. Luego, se me ocurrió leer libros, y poco a poco elegí, más que el sonido, la palabra que simboliza el sonido, más que el color, la palabra que simboliza el color, más que el olor, la palabra que simboliza el olor, más que el sabor y el tacto, las palabras que simbolizan sabores y tactos. No conocí personas, conocí sucesiones de palabras estampadas en olorosa tinta que describían personas; elegí no padecer el miedo, sino descifrar la narración del miedo; creí pensar, cuando sólo conectaba entre sí palabras que describían los pensamientos de otros. Poco a poco los objetos en mi universo se fueron sustituyendo por palabras: la progresión del tiempo, por el sucederse de períodos; mi conciencia de existir, por un vasto olor a papel y tinta, a veces a grafito, a veces a cueros, a veces a cola. Alrededor de mi construí los muros de libros y al final no sé cómo entré en ellos me dirigieron me asimilaron me absorbieron golosamente, secamente, y yo sólo trataba con polillas.
Ahora, soy esto. He mirado lo que era mi mano y sólo veo unas palabras que dicen antes yo era un ser humano. No hay antebrazo, sólo veo otras palabras que dicen: tenía acceso a los colores, a los olores. Así, en parcos vocablos se va agotando mi cuerpo: donde dice poco a poco los objetos en mi universo se fueron sustituyendo, es el ombligo; y la conciencia, la conciencia, son las palabras de este párrafo que dicen ahora soy esto, estas líneas en que me defino, sólo palabras, sólo tintas, sólo papeles, yo que era un ser humano, concluyo aquí, ahora. Ahora, no soy sensaciones, no soy ya emociones, no soy ya tripas, algo me ha ocurrido, palabras, nada más que palabras, ahora soy esto.


“Sur”, Homero Manzi

San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo,
Pompeya y más allá la inundación.
Tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre florando en el adiós.
La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón,
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.

Sur,
paredón y después...
Sur,
una luz de almacén...
Ya nunca me verás como me vieras,
recostado en la vidriera
y esperándote.
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya...
Las calles y las lunas suburbanas,
y mi amor y tu ventana
todo ha muerto, ya lo sé...

San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,
Pompeya y al llegar al terraplén,
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgias de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó
pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió.


Gracias por ser parte