domingo, 13 de junio de 2010

La niebla

La abuela, de a poco, dejó de ser la misma. Ya no iba a su casa los domingos con las vainillas como gran regalo que tanta bronca le daba por lo escaso e imposible de comparar con la belleza de los regalos de otras abuelas. La bronca se fue esfumando, transformada en más amor, cuando los años le permitieron entender que, comprados los remedios que la abuela necesitaba, y la poca comida para el mes, unas vainillas por domingo era lo más que podía traerle.
Pero el tiempo, además de agregarle años y dejarlo sin las vainillas, le cambió a la abuela. Ahora es él quien va a visitarla, aunque sin la constancia semanal que prodigaba la abuela, a lo sumo dos veces al mes. No se vive con los mismos tiempos en estos días.
Visitar a la abuela es saludar a sus compañeros en el hogar, intentar despegar de los más cariñosos, esos que hace mucho no reciben a nadie, para estar un buen rato contemplando a la abuela como contempla su mundo. Intentar entrar en ese mundo es tarea imposible. A veces ve a como su madre llora a escondidas por la abuela, pero ella parece estar bien y a veces parece no estar.
Observando la mirada perdida de la abuela, un día se puso a escribir: La niebla lo invade todo. Este cuarto que no eligió, este mundo que no es el suyo, estos ojos desconocidos que la miran y la buscan, y que aseguran conocerla. Acá la niebla. Más allá, también la niebla.
Sobre sus manos viejas como piel de papel, en los ojos alejados, en los huesos de antiguo barro valiente, todavía caminante. Y en el medio de toda la niebla, ella. Ella de espaldas a las ventanas derrumbadas de su presente baldío. De frente al abismo de su pasado, al velatorio continuo de sus memorias desvencijadas, famélicas, suicidas. A veces un sorbo de sol tibio la separa de la niebla y una lucidez con vida de mariposa de dos segundos, desesperada y heroica, consigue traer a sus padres, juntar nombres con rostros, revivir un domingo hecho del tiempo en el que su amor está siempre vivo, en el que siempre hay baile y en donde siempre hay risa, y en donde siempre es feliz como era. Un instante más y la mariposa caerá aplastada bajo el plomo implacable de una niebla invencible. Beso su mejilla, ya incalculablemente distante. Me pregunta quien soy. La niebla, otra vez, lo invade todo.
La historia no es única historia. En nuestra patria hay entre 300 y 400 mil casos de alzheimer. Se lo considera uno de los problemas sanitario, social y cultural más importante de nuestro tiempo y las cifras para el futuro no son alentadoras. Nadie está preparado para despojarse de a girones de uno mismo, tal vez sin saberlo, quién sabe. Mucho menos quienes aman a alguien están preparados para vivirlo, cuidarlo y acompañar.
Mira a la abuela, sola en el rincón… quién sabe si está sola o ríe con los amigos de su infancia. Se le humedecen los ojos recordando las tardes con la abuela de la mano yendo a tomar la leche. Y no sabe que hacer, él solo sabe cantar…

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