domingo, 19 de septiembre de 2010

"El albañil de Valtellina", Gianni Rodari

Un joven de Valtellina, al no encontrar trabajo en su patria, emigró a Alemania, y encontró un puesto de albañil precisamente en Berlín. Mario -así se llamaba el joven- se puso muy contento: trabajaba duro, comía poco, y lo que ganaba lo ahorraba para poder casarse.

Cierto día, casi anochecido, mientras llenaba los cimientos de un nuevo edificio, se desprendió uno de los andamios y Mario cayó, hundiéndose en el cemento armado. Murió sin que nadie conociera su trágico final.

Estaba muerto y no notaba dolor alguno. Había quedado encerrado entre los pilares de la casa en construcción, pero pensaba y oía igual que antes. Cuando se acostumbro a la nueva situación logró incluso abrir los ojos y ver la casa que crecía a su alrededor. Era exactamente como si él sostuviera el peso del nuevo edificio, y esto le compensaba la tristeza de no poder mandar noticias a su casa ni a su pobre novia.

El edificio creció hasta el techo, las puertas y las ventanas fueron colocadas en su lugar, los pisos fueron vendidos y comprados, y llenos de muebles, y por último vinieron numerosas familias a vivir en ellos. Mario las conoció a todas, desde los mayores hasta los pequeños. Cuando los niños gateaban por el suelo, aprendiendo sus primeros pasos, le hacían cosquillas en las manos. Cuando las muchachas salían al balcón o se asomaban por la ventana para ver pasar a sus enamorados, Mario notaba en sus propias mejillas el suave arrullo de sus rubios cabellos. Al atardecer oía las conversaciones de las familias reunidas en torno a la mesa; por la noche oía toser a los enfermos, y antes del amanecer, el trino del despertador de un panadero, que era el primero en levantarse. La vida de la casa era la vida de Mario; las alegrías de la casa, piso por piso, y sus dolores, habitación por habitación, eran sus alegrías y sus dolores.

Pero un día estalló la guerra y comenzaron los bombardeos sobre la ciudad.

Una bomba cayó sobre la casa y ésta se derrumbó. Sólo quedó un montón de escombros, de muebles destrozados, de trastos aplastados, bajo los cuales dormían para siempre mujeres y niños que habían sido sorprendidos en su sueño.

Sólo entonces murió de verdad Mario, porque había muerto la casa que naciera de su sacrificio.

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