domingo, 7 de noviembre de 2010

“Domingo a la mañana”, Alejandro Scrigna

Era uno más en la larga hilera que atravesaba el playón blanco, como encabezando un pentagrama en clave de ruego. La mayor parte de aquella muchedumbre silenciosa eran mujeres, humildes, pacientes, de ropa colorida y pies hinchados apenas contenidos por ojotas de plástico.

Los pocos hombres, como yo, en cambio, mostraban una actitud descreída, aunque todos, mujeres y hombres, esperábamos ansiosos al que señalaría el atajo que nos desviaría del trágico destino anticipado. Una casita humilde a lo lejos era la meta.

Estaba contemplando a los que me precedían en la fila, cuando me llamó la atención una mujer de lentes oscuros, vestida con saco y pollera, parada firme, sin desviar la cabeza. Parecía no sentir el clima agobiante, como que estaba en otro lado. Me acerqué en perspectiva y descubrí asombrado quién era. No dudaba de su identidad pero, ¿qué hacía allí?

Era inimaginable en esa escenografía. No había sabido nada de ella desde hacía largo tiempo, ni me había llegado ninguna mala noticia; pensé que tal vez estuviera en ese lugar por otra persona. Permanecí meditando un rato largo; los telegramas del pasado me aturdieron durante segundos eternos. Era sorprendente verla de nuevo, recordar los anocheceres en su departamento después del trabajo, vividos intensamente en diálogos, ironías, puntos de vista jamás revisados, una calidez reciproca nunca agradecida y siempre recordada.

Qué lejos estaba todo eso…¿Cómo decirle que todas esas cosas tamizadas por el tiempo fueron lo más cercano al amor que conocí? Aquel recuerdo ni siquiera fue empañado por la forma y la razón de su alejamiento; alguna vez tenía que perder; el no querer saberlo se hizo cómplice de mi inmadurez…

Me acerqué, apoyé la mano en su hombro y la hice girar suavemente; se sacó los lentes y me sonrió. Después de mirarnos un rato, bajó la cabeza y dijo: - Te imaginás por qué estoy acá, ¿no?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente cuento. Me gustaría conocer mas del autor.