miércoles, 15 de julio de 2009

"Algo que se parece al viento", Cristian Mitelman

“Cruzando La avenida la cosa es diferente”, piensa Matilde mientras se interna enana calle de veredas rotas. Algo de razón tiene: de un lado está el barrio; del otro, el comienzo de la periferia. La villa casi inminente.

Los fragmentos del vidrio entre el pasto quieren duplicar la escasa luz de la mañana. Del río viene un olor a lluvia, tal vez la sudestada no tarde mucho.

Habrá que hacer rápido, porque el agua enseguida crece, se desboca del alcantarillado, arrastra las hojas muertas, los troncos. Alguien ha dicho que en tales circunstancias hay que saber esquivar los cuerpos de las ratas que se ahogaron. Es probable; el potrero está cerca.

Reconoce la pared despintada. El número de la casa está casi borrado. Toca el timbre; nadie atiende. (Sabe que nadie va a atender). Mueve el picaporte; la puerta está abierta. Sorprendida por el coraje, se decide a entrar.

Hay algo helado en la habitación. Matilde no puede definir si es la mancha de humedad que parece una flor moribunda o la presencia de la garrafa sobre el piso.

En la cama a medio hacer reconoce la colcha que le regaló a Irma dos o tres meses atrás, poco antes de que comenzara el invierno.

“Para que te protejas”, le había dicho, “dicen que viene una ola de frío del sur”. Matilde se había sentido entonces complacida, “porque entre todos tenemos que ayudarnos, así que si te parece bien cinco pesos la hora, venís a limpiar los lunes, miércoles y viernes”.

La muchacha supo presentarse puntualmente a las ocho. Tenía ganas de hacer bien las cosas; además, era muy juiciosa. Para Matilde esto equivalía a hablar poco y vestirse con alguna pulcritud.

Una pava ennegrecida, un platito con un poco de pan, algunas monedas de diez centavos desparramadas por ahí. A unos pasos, la ventana con un quiebre por donde entra el viento. Pronto lloverá.

Tiene que decirle un par de cosas. Tiene que decirle que ella es compresiva, que si le devuelve las joyas no la va a denunciar, aunque íntimamente no deja de pensar que a esta negrada vos la ayudás y te paga así, quitándote lo único que tenés. “En el fondo son como las fieras, no se los puede domesticar”.

De la otra habitación llega un ruido. Matilde no desea entrar, pero se ve obligada porque nadie parece darse cuenta de que ha llegado.

Echa un vistazo y comprende que es el cuarto de la nena. A esa hora ya la habrán llevado al jardín de infantes.

Irma está reclinada. Se cubre la cara.

- Vine a verte. Me desaparecieron unos anillos que había heredado de mi mamá. Están enchapados en oro, no sé si valen mucho, pero para mí son importantes.

Irma tiene la cara tapada.

- Hablá. No te hagás problema; no te voy a traer a la policía.

Ahora Irma la mira de frente. Un rostro golpeado; debajo del ojo derecho el moretón comienza a coagularse; en los labios hinchados hay el resabio de algo antiguo, visceral.

- Yo no quise decirle nada, él me obligó señora, yo no quise…- comienza a repetir la mujer como si esas palabras fueran las únicas del universo.

Matilde no sabe qué hacer. Está en una habitación donde pareciera que se unen todas las corrientes de aire. Y, además, ha comenzado a llover sobre las chapas.





Domingo 12 de Julio de 2009


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