martes, 28 de julio de 2009

Los sin nombres

Ella no quiere decir su nombre.
A veces se la ve en la plaza 12 de octubre, en otras oportunidades se traslada a la estación de servicios de ruta 8 y Cruce de Derqui. Los fines de semana, se mezcla entre la distraída muchedumbre que hace sus compras en el imponente km. 50 en Pilar, la zona norte de la provincia de Buenos Aires, la zona de barrios cerrados: La Delfina, Estancia La casualidad, Country Sociedad Hebráica, Barrio cerrado Los Condes, La Campiña y tantos otros… Barrios cerrados con ojos cerrados a la realidad.

La nena va entre la gente pidiendo monedas o algo para comer. ¿La edad? No lo sabe, o no la quiere decir; 10, quizá 11 años. Sus días son de miseria y dependen de la voluntad de quien le da esas monedas o algo de comida. Su madre no sabe dónde pasa los días, su padre no sabe que tiene una hija. Ella no me dice su nombre, creo que tiene tantos nombres como pibes hay en la calle.

¿Y Dios… no mira?
¿Por qué no escucha?
¿Por qué Dios no está para esta nena? ¿Para todos esos chicos?

Es buena forma de alejarse de las cosas, endilgarle los problemas a Dios. Dar unas monedas cada tanto, hablar, hablar mucho de los derechos del niño; pero a la primera de cambio pedir una ley penal dura para los pibes que alteren nuestra tranquila vida.

No hay forma de mirar a otro lado: los pibes están ahí: sobreviven a duras penas en las estaciones del subte y del tren, en los zaguanes, si los dejan. Son abrepuertas de autos, suplicantes limpiadores de parabrisas, malabaristas a los apurones o pedigüeños. La calle es un improvisado lugar de trabajo y precario dormitorio y comedor.

Son niños que nos miran, son miradas que preguntan por qué unos tanto y ellos nada. Son pibes en las esquinas de Buenos Aires, en calles de Medellín, asesinados por la policía en Brasil u Honduras, excluídos en México, Bolivia y Perú…

No tienen nombre. Les decimos “niños de la calle”, como si hubiesen elegido vivir en ella. Intentamos esconderlos, dejarlos en manos de fundaciones y de la caridad. Nunca redistribuir de verdad para empezar a hacer algo en serio.

En Estados Unidos, volviendo al hotel, junto a la ruta, Tom Waits se encontró con un santuario improvisado adornado con flores, en memoria de una nena de 12 años: Georgia Lee Moses. Ella era pobre y negra, había aparecido muerta. Tom Waits escribió una canción a su olvido. Como con tantos pibes en tantos lugares, tal vez como la nena que andaba por el Km. 50 en Pilar, nadie se preocupa por su muerte. Tampoco por su vida.



Domingo 26 de Julio de 2009

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